Ourense, 1952. Entrevista realizada por F. Álvarez Alonso.
“Cientos de veces tuve la misma
tentación de entrar en el taller de herrajes de las proximidades del Jardín de
Posío y cientos de veces me resistí al impulso. Me parecía que no iba a ser
mucho lo que se podía sacar en limpio de una industria como la de aquellos
herradores y que, por consiguiente, casi no merecía la pena descender el
escalón que separa la acera del piso del taller.
Algo, sin embargo, me hizo
cambiar de propósito. El encargado de aquel lugar, Delmiro Rodríguez Cota, es
el decano de los herradores de Orense y de los partidos judiciales más próximos
y, por si ello fuera poco, el mejor de todos los del gremio de la provincia.
En aquel momento, a última hora
de la tarde, quedaban todavía dos bueyes por herrar, uno de ellos sujeto con
cadenas y cuerdas al potro, el otro observando a su compañero desde el fondo
del recinto con ojos en los que se reflejaba una vaga inexpresividad.
- No parece muy difícil la tarea
– le digo yo al herrador.
- Ni lo es, sobre todo para
quien, como nosotros, lleva tanto tiempo en el oficio.
Este «nosotros» comprende a él y
a su hermano Manuel, que se ocupa de las patas del animal, mientras mi
colocutor hierra las manos.
- ¿Es la experiencia lo que da
esa soltura?
- En parte, sí; pero más
importancia tiene el interés que se pone en la tarea.
- ¿Son ustedes muchos?
- «Clínicas» de importancia en
la plaza solo hay ésta y otra. Todos los demás son intrusos, y de ellos tenemos
aquí bastantes.
- ¿Qué operaciones comprende el
herraje de un animal?
- Primero, se le amarra al potro,
después se le extraen las herraduras viejas, se le prepara el casco y,
finalmente, se le coloca el casco nuevo. Eso es todo.
- Para ustedes ¿qué momento es
el más delicado?
- Todos son por el estilo.
- ¿Cuál es el estado actual de
esta industria?
- Ha desmejorado mucho con
relación a hace algunos años. Por esa razón ahora ya no hay tanto trabajo como
antiguamente.
- ¿Cuál es el motivo principal
de esa «baja forma» a que acaba de referirse?
- El único que existe: los
automóviles. Por culpa de ellos y de tanto chisme mecanizado, las bestias de
carga han quedado reducidas al mínimo. Ahora, si usted se fija, faltan carros.
- ¿En la ciudad sólo o también
en el campo?
- En la ciudad y en el campo.
Aunque en los pueblos de la provincia hay pocos coches particulares, hay, en
cambio, muchos de línea, y, con ello, la mayoría de los arrieros han
desaparecido.
- ¿Está en proporción el número
de herradores con el de clientes?
- ¡No, señor! ¡Ni mucho menos!
Antes de la guerra solo los había en Orense, Maceda, Allariz y Celanova, como
más próximos. Ahora, en cualquier pueblo de estos contornos tiene usted uno.
- ¿Suele durar mucho una pieza
de las puestas por ustedes?
- Eso depende, claro está, de la
cantidad de trabajo a que se someta al animal que la lleve. Sin embargo, la
duración corriente es de un mes, sobre poco más o menos. También depende,
naturalmente, de la clase de terreno, pues en Galicia se gasta más pronto una
herradura que, pongamos por ejemplo, en Castilla.
- Que usted recuerde, ¿cuál fue
la época de mayor esplendor de este oficio?
- En los 45 años que llevo en
él, cuando se viajaba en diligencia. Aquello era estupendo. Sólo en la central
del ferrocarril había seis coches para el servicio de los viajeros que iban o
venían en tren, lo mismo que hoy hacen los taxis.
- En todos esos años que hace
que trabaja en esto ¿tuvo muchos accidentes?
- Únicamente recibí dos coces,
una en cada pierna, cuando era rapaz, pero de ellas no quedaron más que la
señales. Desde entonces no volví a tener ni el más ligero rasguño.
- ¿Cómo es posible tanta suerte?
- No es suerte. Lo que pasa es
que nosotros cuando pasamos al lado del animal, solo con mirarle para la cara
ya conocemos las intenciones que trae y, si son malas, entonces ya es cuestión
de andarse con cuidado para no dejarse sorprender.
- ¿Ha habido algún caso de
rebeldía extraordinaria?
Ambos hermanos evocan casos
sucedidos, pero solo coinciden en uno de ellos.
- Un día –dice Delmiro— una mula de
Paderne vino a herrar por vez primera. Después de amarrarla al potro, a la primera
sacudida que dio lanzó al dueño contra la puerta de salida. El dueño me cogió a
mí en el camino y, aunque no ocurrió nada, el susto fue de padre y muy señor mío.
- ¿Qué animal es el más difícil de
herrar?
- El buey, sin género de dudas, por
la sencilla razón de que así como en las caballerías van clavadas las herraduras
por las dos partes, en el ganado vacuno solo van por una. Además, el buey tiene
muy poco casco.
- ¿Es el más rebelde el mulo?
- No. También en eso se lleva la
palma el buey. Este animal no nació para ser herrado. Es en él una cosa «contra-natural»,
en tanto que las caballerías van acostumbradas desde pequeñas.
- ¿Y el que se hierra más a menudo?
- El asno, que además de ser el que
más trabaja, es también el que más abunda.
- Sí, señor. Por desgracia...”
F. ÁLVAREZ ALONSO
Potro de ferrador en Vilamarín (Ourense Etnográfico, 1998) |
Es una pena que oficios como este esten desapareciendo. Un pena.
ResponderEliminarBuen Blog, enhorabuena.
PABLO
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