25 de febrero de 2014

'Reyes del agro' en Argentina (2): Ramón Santamarina



En la primera parte de esta historia hemos visto que las muy diferentes circunstancias del mercado de tierras en Galicia y en Argentina explicaban que algunos humildes hijos del Viejo Noroeste se convirtieran en ‘reyes del agro’ allá, en la Pampa, ya que aquí hubiese sido imposible. Toca ahora conocer los detalles de su ascenso.

Empecemos por Santamarina, el primero en el tiempo y el que acumuló mayor patrimonio, el primus inter pares, rey de la ganadería, el rey de reyes. Su nombre completo era Ramón Joaquín García Santamarina Valcárcel y la historia de su vida y de sus estancias nos es bien conocida gracias, sobre todo, al libro de Andrea Reguera titulado Patrón de estancias, Ramón Santamarina: una biografía de fortuna y poder en La Pampa (2006).


La voz Ramón Santamarina en la wikipedia contiene abundante información, aunque yerre en el año de su llegada a Buenos Aires, y no sé si en otras cosas. Quien no quiera o no pueda conseguir el libro de Andrea Reguera, tiene la alternativa de descargar este otro libro, Buenos Aires Gallega. Inmigración, pasado y presente (2007), el cual, entre otros interesantes trabajos, contiene un capítulo titulado Un clan gallego: la familia Santamarina y sus negocios (págs. 65-78) escrito por la misma autora. Lo que sigue es un resumen basado en ambos estudios de Andrea Reguera y en otras fuentes.

Varios episodios de la infancia de Santamarina causan impresión. Su padre, capitán de la Guardia de Corps al servicio del rey en Madrid, lleva a Coruña al pequeño Ramón, de ocho años, en una excursión a caballo; se allegan a la Torre de Hércules y después de hacer jurar al hijo que cuidaría de su madre y de su hermana, se mete un tiro en la cabeza. Meses después muere la madre y  el niño ingresa en un Hospicio santiagués. Tras cinco años, Ramón escapa del orfelinato y se embarca en un velero como grumete rumbo a Buenos Aires.

Desembarca en 1840, “sin cartas de recomendación, sin parientes ni amigos, sin previo conocimiento de estas tierras, con tan solo una moneda de oro de cinco duros”. Tras varios trabajos en la capital, en 1844 Ramón es contratado como boyero –el que conduce los bueyes- por un carretero que hacía la ruta a Tandil, más de 300 kilómetros al sur de la capital, en la  ‘frontera’. Allí ejerce de peón agrícola en una estancia y luego se dedica al comercio de cueros.

Llegó a tener cuarenta hombres a su cargo que carneaban [sacrificaban] de 200 a 300 reses diarias. La carne era destinada al abastecimiento de las tropas del General Díaz Vélez en la frontera en lucha contra el indio y los cueros eran destinados a la exportación. (...) En 1846 Santamarina adquirió una carreta, estableciendo así el primer servicio de carretas Tandil-Buenos Aires-Tandil. Comenzando con una, la empresa llegó a tener un total de 24 [y] durante largo tiempo, Santamarina realizó con sus carretas continuos viajes a la capital trayendo toda clase de mercaderías para abastecer los almacenes de campaña y proveer parte de las fuerzas defensoras de la zona a cargo del Coronel Benito Machado. Por estas diligencias, se dice, recibió en pago documentos a cargo del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires que luego transformaría en tierras a las que fue poblando de hacienda [ganado] e instalando sus propios almacenes de campaña, iniciando así la formación de un importante y grandioso patrimonio

¡Y tan grandioso!... porque tras su primera compra en Tandil –año 1863, 1.575 hectáreas- llegó a poseer un total de 281.727 hectáreas repartidas en 33 estancias en distintos municipios de la provincia de Buenos Aires.

Reguera 2006, páginas 29-32

Entre 1864 y 1902 Santamarina se benefició de una política de distribución de tierras llevada a cabo por el Estado (...) Todas las tierras que Santamarina había adquirido para sí, bajo su propio nombre hasta 1890, y luego a través de su sociedad comercial en diversos partidos de la Provincia de Buenos Aires y en otras provincias, fueron por compras hechas a particulares (174.056 hectáreas) y/o al Superior Gobierno de la Provincia de Buenos Aires (107.671 hectáreas) (...) Santamarina compró tierras en un momento en que el Estado las transfería del dominio público al privado, pero también en un momento en que esas mismas tierras experimentaban continuos traspasos entre particulares. Es evidente que se trataba de tierras inseguras de frontera –en 1876 se registran los últimos malones [motines] indios–, a precios bajos que el Estado estaba traspasando a manos privadas, pero la fiebre expansiva de los años 1880 provocó aumentos especulativos en esos mismos precios debido al avance de la frontera, la incorporación de nuevas tierras al proceso productivo y al auge exportador de los productos agropecuarios. Se generó una expectativa de ganancias futuras que dieron como resultado esos aumentos especulativos. Pero este proceso no se debió únicamente a esas expectativas de ganancias futuras sino a un proceso de transformación que experimentó la estructura regional pampeana. Esta se evidenció a través de una ampliación de la red ferroviaria, el mejoramiento de las comunicaciones y el incremento en el valor y el precio de las exportaciones que condujo a una constante y efectiva valorización de la tierra.

¿Y a qué dedicaba sus extensas propiedades Ramón Santamarina? Pues principalmente a pastos, maíz y alfalfa para la cría de ganado vacuno y ovino, ganado que enviaba en vivo, primero a pie y después por ferrocarril, con destino a mercados y mataderos urbanos para el consumo de su carne. Desde principios del siglo XX, abastecía también a las nuevas industrias frigoríficas dedicadas a la elaboración de carne congelada o ‘enfriada’ –chilled-. Otro rubro importante de su negocio era, por supuesto, la lana. Fue de los que trajo de Europa y de Estados Unidos razas selectas de vacas y ovejas para mejorar los rendimientos de su extensa cabaña. En definitiva, un ‘rey de la ganadería’.

Con trece hijos –aparte de otros seis fallecidos muy pequeños- de dos esposas, Santamarina se había instalado en 1880 en Buenos Aires y diez años después fundó con sus hijos la firma Santamarina & Cía, cuyo capital era de 11.2 millones de pesos; una empresa que

atendía el ramo bancario, comisiones y consignaciones de frutos del país, explotaciones industriales y rurales, explotación de agencias, casas de comercio y comanditas, compra y venta de bienes raíces, administración y arrendamiento de propiedades en todo el país (en especial en las provincias de Córdoba, Buenos Aires, Santiago del Estero, Santa Fe y Territorios Nacionales), préstamos de dinero con garantía hipotecaria, participación en sociedades de cualquier clase y toda operación por cuenta propia y ajena.

El huérfano que salió de Galicia con 13 años y cinco duros, y que llegó a convertirse en uno de los mayores hacendados argentinos, se suicidó en 1904 a los 77 años de edad. Cansado de la vida, cabe suponer, dado que nadie ha llegado a saber el motivo del suicidio.

Acá tenemos un estudio para retrato de Santamarina, obra de Joaquín Sorolla, pocos años antes de su muerte.

c.1905

Cayó Santamarina y no mucho después, en 1912, cayó también la Piedra Movediza de Tandil, de más de 300 toneladas, ubicada en un terreno que había sido de su propiedad, donado en los 1880 al municipio. No llegó a saberse la causa del derrumbe. A nuestra ‘pedra de abalar’ de Muxía –80 toneladas- se supone que la partió un rayo.



Respecto a la piedra, en esta web se nos dice que “por iniciativa de Ramón Santamarina (hijo), y para preservar el medio ambiente alrededor de la Piedra Movediza, afectado por la actividad de los picapedreros, Don Ramón compra a Carlos Díaz y por ante el Escribano Alberto Conze, los 36.000 m2 que encerraban a ese fenómeno de la naturaleza. Luego transfiere esa propiedad a su hijo y éste, con fecha 24 de octubre de 1887, la dona al Municipio de Tandil. Tan identificada estaba la sociedad tandilense con la piedra que numerosas instituciones, entre ellas el propio municipio, la incorporaron en su logo, también muchísimos comercios, hoteles, clubes, canteras, fábricas, transportes y emprendimientos culturales llevaron, y todavía llevan, la imagen y el nombre de La Movediza”.

La herencia dejada por Santamarina fue valorada en 12.5 millones de pesos, según ha comprobado Andrea Reguera. Inevitablemente pensé en cómo mostrar al lector cuál sería el equivalente en euros de 2014, y comprobé que la conversión no es nada fácil. Primero me informé de a cuanto equivalían los pesos argentinos ‘moneda nacional’ en pesos oro y éstos en dólares oro, con el fin de convertirlos a dólares actuales por medio de la herramienta ofrecida por http://www.measuringworth.com. Demasiado complicado.

Así que decidí adoptar el más intuitivo procedimiento de calcular a cuantos salarios anuales de un trabajador equivaldrían. He consultado algunas fuentes, incluido el libro de Reguera, y 800 pesos por año es una cifra razonable, tal vez excesiva. De modo que los 12,5 millones de 1904 equivalían a lo que ganaban 15.600 trabajadores, aproximadamente. En la España de 2014 a un trabajador con salario mínimo le corresponden 9.000 euros anuales que, multiplicados por 15.600, son 140 millones de euros. Los expertos me crucificarán por este cálculo, pero sólo pretendo ofrecer un dato que sirva de referencia.

Con tan importante patrimonio, los Santamarina edificaron espléndidas residencias, todas con estilos arquitectónicos de inspiración europea. Aquí tenemos la llamada Bella Vista, construida en los años 1880, sede central de la familia, y reformada en 1910 cuando ya era habitada por su hijo Ramón. Imagen obtenida aquí.


Acá, también de Ramón Santamarina Hijo, la mansión de la estancia Maryland –llamada así en homenaje a su esposa María-, en Tandil.


Otro hijo, José, mandó construir la residencia Sans-Souci –sin preocupaciones-, deshabitada desde hace tiempo y medio en ruinas.


Y ya, por último, una foto antigua y otra actual de la entrada a la estancia La Indiana, de Elena Santamarina.


¿Dejaron los Santamarina algún rastro en Galicia? Pues sí. Tras el fallecimiento de su primera esposa en 1866, el patriarca envió a Ourense a sus tres hijos –Ramón, de 5 años; José y Ángela-, donde quedaron al cuidado de su tía Dolores, hermana de Ramón. Ángela Santamarina no retornó a Tandil, tuvo una larga vida y con lo heredado de su padre pudo financiar diversas obras culturales y benéficas. En 1925 finalizaron las obras del palacete, asilo de doncellas huérfanas y templo que mandó construir en el barrio de O Couto, hoy gestionados por la fundación benéfica Santamarina-Temes.

Acá una foto del conjunto en los años 1970, una mestura de ‘fantasía neomedieval’ y edificaciones neogóticas, según he leído. Juzgue el lector por sí mismo.


Pocos años después del fallecimiento de Ramón, su viuda hizo varias donaciones –terrenos para un colegio, edificio y equipamiento de un hospital- y para honrar su memoria la ciudad de Tandil erigió un monumento justo enfrente del hospital que lleva su nombre.

1914

Ramón Santamarina, rey del agro en Argentina y Self-Made Man. La empresa 'Santamarina e Hijos' sigue en activo y celebrando aniversarios.

2010

23 de febrero de 2014

'Reyes del agro' en Argentina (1)



La idea de escribir esta serie de cinco capítulos surgió cuando supe de un natural de Caldas de Reis –Juan Fuentes Echevarría- que llegó a Argentina en 1866 con 14 añitos, hizo fortuna, y acabó recibiendo el título de ‘Rey del Maíz’.

Aquí tenemos el titular de la crónica periodística que me llamó la atención, publicada por un diario gallego en 1955.


Y acá el Palacio Fuentes, en Rosario de Santa Fe, la residencia que mandó edificar nuestro ‘Rey’.


Debo reconocer que si le hubiesen llamado ‘opulento terrateniente’ o ‘acaudalado hacendado’, como era habitual en aquellos tiempos, no habría prestado especial atención al tema. Pero eso de rey del maíz despertó mi curiosidad. Fui juntando información sobre Fuentes y sobre otros ‘monarcas’ gallegos del agro argentino y me llevé una buena sorpresa. Porque si sumamos la superficie de tierra que cuatro o cinco de ellos llegaron a reunir, nos sale casi la misma cifra que la de toda la tierra utilizada en Galicia para el cultivo de cereales y patatas.

Vayamos a la Galicia del año 1900. Dos millones de habitantes; 300.000 familias campesinas, aproximadamente; 438.000 hectáreas dedicadas al cultivo de cereales (maíz, centeno, trigo y demás) y otras 38.000 hectáreas dedicadas a patatas, según las estadísticas oficiales. Casi 16.000 metros cuadrados por familia, o sea, 1.6 hectáreas. Pues bien, según algunas fuentes, Juan Fuentes poseía 45.000 hectáreas. Y otros reyes, como veremos después, muchas más.

Estamos, por descontado, ante casos excepcionales; ante la minoría sobresaliente que tanta presencia tenía en los medios de comunicación, en el boca a boca, en el carta a carta; ante personajes de carne y hueso cuyas historias de éxito a partir de cero empujaron a tantos a probar suerte en América.

Mientras investigaba sus trayectorias y localizaba sus mansiones, me preguntaba: si hubiesen quedado en Galicia, ¿habrían tenido la oportunidad de conseguir tan extensos patrimonios, de hacerse tan ricos?; ¿podría haber llegado alguien a juntar cien mil hectáreas de tierra? Adelanto mi respuesta: rotundamente no, salvo que un gobierno revolucionario se hubiese atrevido a despojar de sus fincas a un formidable número de campesinos, ponerlas en venta y que fuesen acaparadas por unos cuantos. No es difícil imaginar el tremendo lío que se montaría porque para que alguien consiguiese 100.000 hectáreas de labradío sería preciso adjudicarle lo que poseían, más o menos, 62.500 familias.

Es cierto que entre 1837 y 1875, aproximadamente, debido a la aplicación de las famosas leyes desamortizadoras por las que se expropiaron y sacaron a subasta buena parte de las propiedades de la Iglesia y de los bienes comunales de los concejos, surgió una oportunidad inédita de adquirir tierras. Pero los investigadores nos han mostrado que se trataba de muchas pequeñas fincas, dispersas por toda la geografía gallega, entremezcladas con las de otros propietarios y subastadas a lo largo de casi 40 años.

El caso de la provincia de A Coruña ha sido estudiado por Xosé Cordero en su tesis doctoral (La desamortización en la provincia de A Coruña: etapas de Mendizabal y Madoz, Santiago, 2012) y las cifras que nos ofrece son reveladoras: en la desamortización de Mendizábal salieron a la venta 5.766 fincas rústicas con una superficie total de 2.219 hectáreas; y en la de Madoz fueron 16.432 fincas con casi 8.700 hectáreas. Redondeando, 22.000 fincas que sumaban 11.000 hectáreas,... a media hectárea de media por finca, y muchas mucho más pequeñas. Con el añadido de que buena parte de dicha superficie correspondía a terrenos incultos o montes arbolados.

Otro tanto había comprobado Aurora Artiaga (A desamortización na provincia de Pontevedra, 1855-1900, 1991, pags. 68-69) para la provincia pontevedresa: en la desamortización de Madoz fueron subastadas 4.734 fincas con 5.200 hectáreas de superficie, pero sólo 825 hectáreas eran terrenos de labradío, y casi 3.000 no eran sino montes con arbolado. En la desamortización gallega lo que salió a subasta fueron, sobre todo, rentas que pagaban los labradores a monasterios y otras instituciones, y no las tierras que cultivaban.

Con estos números y en aquellas condiciones era absolutamente imposible lograr lo que en Argentina fue no fácil pero sí factible: adquirir un puñado de grandes parcelas en un corto período de tiempo y hacerse con varias decenas de miles de hectáreas.

Porque en Argentina, en la fértil Pampa y en otras regiones de la República, existían a mediados del siglo XIX millones de hectáreas habitadas por una reducida población indígena, un escenario semejante al de los Estados Unidos. Y una vez que los nativos fueron ‘desalojados’ –la conquista del desierto en Argentina, la conquista del Oeste en Norteamérica- dichas tierras quedaron bajo control del gobierno y fueron sacadas a la venta para impulsar la colonización. Una enorme oferta de tierras en las décadas de 1870-1890 que pudieron aprovechar quienes dispusiesen de voluntad, capital y contactos para adquirirlas.

En el siguiente mapa podemos observar el proceso de conquista de los ‘Dominios de indígenas indomables’, una peculiar expresión que desconocía.

Mapa de Argentina en 1820 (izquierda) y en 1878 (derecha)

Territorios poblados por pueblos indígenas semisedentarios que rechazaban el expansionismo de los colonizadores europeos y que, con sus ataques, frenaban el establecimiento de nuevos colonos. Territorios de frontera, en disputa, de alto riesgo. Pero también extensas llanuras con condiciones extraordinarias para el ganado o los cultivos. El mapa de abajo nos muestra las ‘Ecorregiones’ o ‘regiones ecológicas’ de Argentina, con la Pampa en torno a la provincia de Buenos Aires. Otro concepto que no conocía.


Eso sí, mientras no mejoraron los transportes, la mejor manera de rentabilizar la tierra siguió siendo la tradicional ganadería extensiva de ovino y vacuno, de ganado que pace a sus anchas en extensos territorios. El mundo de los gauchos y los vaqueros. A la altura de 1875, Argentina contaba con aproximadamente 2 millones de habitantes,  57.5 millones de cabezas de ovino y 13.3 millones de vacuno.

Pero a medida que la red ferroviaria fue ampliándose y ramificándose, el cultivo de cereales se volvió cada vez más rentable –por el descenso del coste de transporte a ciudades y puertos- y se multiplicaron tanto las adquisiciones de tierras como el valor de las mismas.


En las décadas finales del siglo XIX, la industrialización y la urbanización habían llegado en Europa a tal nivel que la demanda de alimentos y de materias primas para ciudades y fábricas se trasladó con mayor fuerza que antes a los territorios de ultramar, abundantes en tierras. Desde lana, algodón y pieles, hasta cereales, carne, café o azúcar.

Si a este factor añadimos la mejoras en el transporte marítimo y la moderación de los derechos arancelarios tendremos la explicación de que Argentina viviese un ‘boom’ exportador que rindió considerables beneficios a hacendados y estancieros, que atrajo a cada vez más inmigrantes hacia un país que se miraba en el espejo de los Estados Unidos y que, para algunos, podía convertirse en el 'granero del mundo'.

Un auge exportador en el que la importancia de los productos agrícolas –trigo, maíz, linaza- creció sin parar. Si en torno a 1880 la lana todavía suponía más de la mitad de las exportaciones argentinas mientras que trigo y maíz no subían del 4 %, treinta años después los dos cereales alcanzaban el 35 % y la lana había bajado al 12 %. Un reflejo de que cada vez más tierras fueron sometidas al arado y del aumento de sus rendimientos gracias a la mecanización y al mayor uso de abonos.

Tallow = sebo. Beef = carne vacuno. Mutton = carne ovino. Hides = pieles. Wool = lana. Linseed = linaza. Wheat = trigo. Fuente: Tena; Willebald (2013)

Queda claro pues que, en Galicia, con tan escasa oferta de tierras que comprar, resultaba imposible convertirse en el rey de algo, o ascender a cabeza de león; todo lo más, a cola de ratón o, mejor dicho, de ratoncito. Sólo pudieron aspirar al trono dorado aquellos que abandonaron el Reino de España y se instalaron en la República de la plata.

El primer entronizado del que tuve noticias fue, como he señalado anteriormente, Juan Fuentes, el rey del maíz. Luego encontré a los hermanos Rodríguez Arijón, y me dio por bautizarlos como reyes de la alfalfa. Ya sabía de los méritos de Casimiro Gómez Cobas, al que le viene de perlas el apodo de rey del cuero. Y, para completar un cuarteto, decidí incluir a Ramón García Santamarina, a quien podríamos denominar rey de reyes.

Seguramente hubo otros emigrantes gallegos que también pertenecieron a la realeza agraria, a la élite de terratenientes en Argentina, pero nuestro cuarteto bastará para hacernos una idea de quienes eran y como lo lograron. Abajo ofrezco un cuadro con algunos datos básicos de nuestros personajes.


Salvo algunas diferencias, las trayectorias de los cuatro guardaron notables semejanzas. Procedían de familias con escasos recursos, marcharon muy jóvenes, contaron con el apoyo inicial de un familiar y, tras empezar como sencillos empleados, se hicieron comerciantes y más tarde hacendados. Santamarina emigró veinte años antes que los demás y, aunque de padres hidalgos, era huérfano y llegó con una mano delante y la otra detrás. Casimiro Gómez, por su parte, estuvo ligado desde el principio a la industria del cuero.

Otra similitud: tres de ellos acumularon sus primeros buenos pesos antes del boom agroexportador abasteciendo a los militares. Santamarina suministró todo tipo de productos a los fortines del ejército argentino y a las tropas en sus campañas de ‘conquista del desierto’; los hermanos Arijón alfalfa y caballos al ejército brasileiro; Casimiro Gómez productos de cuero también al ejército argentino.

Una última cosa en común: cómo no, los cuatro ejercieron la filantropía donando tierras o capital para fines benéficos, y todos ellos poseyeron sus correspondientes palacios o mansiones. Palacios que podremos contemplar en los cuatro siguientes capítulos dedicados, por este orden, a Ramón Santamarina, Casimiro Gómez, Juan Fuentes y José Arijón.

Como punto final a este capítulo introductorio, acá tiene el lector dos cuadros con estadísticas acerca de los distintos usos dados a la tierra en Galicia a principios del siglo XX y a principios del siglo XXI. El predominio de los montes es abrumador –en torno a 2 millones de hectáreas- y debemos dejarlos al margen en cualquier comparación con las tierras de la Pampa porque éstas, a diferencia de muchos montes gallegos, poseían excelentes cualidades para la ganadería y el cultivo.

Soto Fernández, D. (2002), Transformacións productivas na agricultura
galega contemporánea, Tesis doctoral, Santiago, pág. 187.


Según dichas estadísticas, a principios del siglo XX la superficie dedicada a cereales en Galicia rondaba las 440.000 hectáreas, de un total cultivado de 630.000, es decir, 6.300 km2 que suponían el 22 % de la superficie productiva. En 2007, con muchísimas menos familias viviendo del agro, la superficie cultivada se acercaba a las 420.000 hectáreas, aunque ha crecido con fuerza la dedicada a prados y pastos para alimento del ganado. Hoy, como hace 100 años, seguimos moviéndonos en el orden de las 500.000 hectáreas, una cifra que alcanzaban y alcanzan tantos estancieros en Argentina como dedos tiene una mano.

3 de febrero de 2014

AgroLance. Del monte a la mina

1950


“Eduardo P. Sant-Yagos, seguramente ‘uno que puede ser periodista’ publica en ‘Pueblo’ de Madrid, un artículo sobre los caballos salvajes que vio galopar haciendo ‘camping’ en nuestra Sierra del Seixo. Lo reproducimos por referirse a una de las atracciones más pintorescas y singulares de Galicia, y por estar escrito en una forma juvenil y graciosa...

Hoy, a tres decenios de distancia en el tiempo de aquellas inolvidables ‘tommixadas’ y a muchos cientos de kilómetros en el espacio del americano lejano Oeste, haciendo ‘camping’ en la Sierra del Seixo, en la gallega provincia de las rías bajas, he tenido ocasión de presenciar de cerca lo que, de niño, sólo creí existiera en tierras americanas.

Fue hace seis o siete noches cuando, durmiendo bajo mi tienda de lona, me despertó un extraño temblor de tierra. Al principio era lejano, más poco a poco se fue acercando hasta que a unos doscientos metros de mí vi pasar, en frenético galope, una manada de caballos cuyos lomos sudorosos brillaban a la luz de la luna.

Al día siguiente quise informarme por un pastor de lo que había presenciado la noche anterior:

-- No, no señor. Esos caballos que usted vio no tienen dueño. Nacen y se crían en el monte. Ahora ya hay pocos; no es como hace algunos años, en los que veíanseles por todos los rincones del Seixo.
-- ¿...?
-- ¡Claro que sí, señor! Cázanse y utilízanlos para tirar de las vagonetas de las minas de carbón. Son ‘baixiños’, ¿sabe?, y éntranle bien por las ‘jalerías’.
-- ¿Cómo los cazan? –pregunté a mi informador.
-- Fácilmente, pero ‘hayle’ que correr mucho. Verá usted: un grupo de tres o cuatro mozos súbenle al Seixo y buscan la manada. Cuando la encuentran espántanla hacia la aldea, y como las corredoiras para entrar en ‘ela’ tienen a los lados unas cercas de piedra y son ‘estreitiñas’, los caballos no pueden entrar todos juntos, por lo que detienen su marcha, éntranle uno a uno en el camino escogido. La salida de este ha sido cerrada con piedras.
-- ¿Es difícil dar con las manadas?
-- No, no señor. Ahora mismo ‘sábele’ un servidor dónde encontrar una. ¿Quiere verla?
-- Hombre, sí –acepté gustoso pues la noche anterior no había podido distinguir bien el aspecto de los caballos a la luz de la luna.

Me llevó a una vaguada, donde un centenar de equinos pastaban, abrevaban o descansaban.”

Nota. Ni idea de qué puede significar tommixada.