La idea de escribir esta serie de cinco capítulos surgió cuando supe de un natural de Caldas de Reis –Juan Fuentes Echevarría-
que llegó a Argentina en 1866 con 14 añitos, hizo fortuna, y acabó recibiendo
el título de ‘Rey del Maíz’.
Aquí tenemos el titular de la
crónica periodística que me llamó la atención, publicada por un diario gallego en
1955.
Y acá el Palacio Fuentes, en
Rosario de Santa Fe, la residencia que mandó edificar nuestro ‘Rey’.
Debo reconocer que si le hubiesen
llamado ‘opulento terrateniente’ o ‘acaudalado hacendado’, como era habitual en
aquellos tiempos, no habría prestado especial atención al tema. Pero eso de rey
del maíz despertó mi curiosidad. Fui juntando información sobre Fuentes y sobre
otros ‘monarcas’ gallegos del agro argentino y me llevé una buena sorpresa.
Porque si sumamos la superficie de tierra que cuatro o cinco de ellos llegaron
a reunir, nos sale casi la misma cifra que la de toda la tierra utilizada en Galicia para
el cultivo de cereales y patatas.
Vayamos a la Galicia del año
1900. Dos millones de habitantes; 300.000 familias campesinas, aproximadamente;
438.000 hectáreas dedicadas al cultivo de cereales (maíz, centeno, trigo y demás) y otras 38.000 hectáreas dedicadas a patatas, según las estadísticas
oficiales. Casi 16.000 metros cuadrados por familia, o sea, 1.6 hectáreas. Pues
bien, según algunas fuentes, Juan Fuentes poseía 45.000 hectáreas. Y otros
reyes, como veremos después, muchas más.
Estamos, por descontado, ante
casos excepcionales; ante la minoría sobresaliente que tanta presencia tenía en
los medios de comunicación, en el boca a boca, en el carta a carta; ante
personajes de carne y hueso cuyas historias de éxito a partir de cero empujaron
a tantos a probar suerte en América.
Mientras investigaba sus
trayectorias y localizaba sus mansiones, me preguntaba: si hubiesen quedado en
Galicia, ¿habrían tenido la oportunidad de conseguir tan extensos patrimonios,
de hacerse tan ricos?; ¿podría haber llegado alguien a juntar cien mil
hectáreas de tierra? Adelanto mi respuesta: rotundamente no, salvo que un
gobierno revolucionario se hubiese atrevido a despojar de sus fincas a un formidable
número de campesinos, ponerlas en venta y que fuesen acaparadas por unos
cuantos. No es difícil imaginar el tremendo lío que se montaría porque para que
alguien consiguiese 100.000 hectáreas de labradío sería preciso adjudicarle lo
que poseían, más o menos, 62.500 familias.
Es cierto que entre 1837 y 1875,
aproximadamente, debido a la aplicación de las famosas leyes desamortizadoras
por las que se expropiaron y sacaron a subasta buena parte de las propiedades
de la Iglesia y de los bienes comunales de los concejos, surgió una oportunidad
inédita de adquirir tierras. Pero los investigadores nos han mostrado que se
trataba de muchas pequeñas fincas, dispersas por toda la geografía gallega,
entremezcladas con las de otros propietarios y subastadas a lo largo de casi 40
años.
El caso de la provincia de A Coruña
ha sido estudiado por Xosé Cordero en su tesis doctoral (La desamortización en la provincia de A Coruña: etapas de Mendizabal y
Madoz, Santiago, 2012) y las cifras que nos ofrece son reveladoras: en la
desamortización de Mendizábal salieron a la venta 5.766 fincas rústicas con una
superficie total de 2.219 hectáreas; y en la de Madoz fueron 16.432 fincas con
casi 8.700 hectáreas. Redondeando, 22.000 fincas que sumaban 11.000
hectáreas,... a media hectárea de media por finca, y muchas mucho más pequeñas.
Con el añadido de que buena parte de dicha superficie correspondía a terrenos
incultos o montes arbolados.
Otro tanto había comprobado
Aurora Artiaga (A desamortización na
provincia de Pontevedra, 1855-1900, 1991, pags. 68-69) para la provincia pontevedresa:
en la desamortización de Madoz fueron subastadas 4.734 fincas con 5.200
hectáreas de superficie, pero sólo 825 hectáreas eran terrenos de labradío, y
casi 3.000 no eran sino montes con arbolado. En la desamortización gallega lo
que salió a subasta fueron, sobre todo, rentas que pagaban los labradores a monasterios
y otras instituciones, y no las tierras que cultivaban.
Con estos números y en aquellas
condiciones era absolutamente imposible lograr lo que en Argentina fue no fácil
pero sí factible: adquirir un puñado de grandes parcelas en un corto período de
tiempo y hacerse con varias decenas de miles de hectáreas.
Porque en Argentina, en la fértil
Pampa y en otras regiones de la República, existían a mediados del siglo XIX millones
de hectáreas habitadas por una reducida población indígena, un escenario
semejante al de los Estados Unidos. Y una vez que los nativos fueron
‘desalojados’ –la conquista del desierto en Argentina, la conquista del Oeste
en Norteamérica- dichas tierras quedaron bajo control del gobierno y fueron
sacadas a la venta para impulsar la colonización. Una enorme oferta de tierras
en las décadas de 1870-1890 que pudieron aprovechar quienes dispusiesen de
voluntad, capital y contactos para adquirirlas.
En el siguiente mapa podemos
observar el proceso de conquista de los ‘Dominios de indígenas indomables’, una
peculiar expresión que desconocía.
Mapa de Argentina en 1820 (izquierda) y en 1878 (derecha) |
Territorios poblados por pueblos indígenas semisedentarios que rechazaban el expansionismo de los
colonizadores europeos y que, con sus ataques, frenaban el establecimiento de
nuevos colonos. Territorios de frontera, en disputa, de alto riesgo. Pero
también extensas llanuras con condiciones extraordinarias para el ganado o los cultivos.
El mapa de abajo nos muestra las ‘Ecorregiones’ o ‘regiones ecológicas’ de
Argentina, con la Pampa en torno a la provincia de Buenos Aires. Otro concepto que no conocía.
Eso sí, mientras no mejoraron los
transportes, la mejor manera de rentabilizar la tierra siguió siendo la tradicional
ganadería extensiva de ovino y vacuno, de ganado que pace a sus anchas en
extensos territorios. El mundo de los gauchos y los vaqueros. A la altura de
1875, Argentina contaba con aproximadamente 2 millones de habitantes, 57.5 millones de cabezas de ovino y 13.3
millones de vacuno.
Pero a medida que la red
ferroviaria fue ampliándose y ramificándose, el cultivo de cereales se volvió
cada vez más rentable –por el descenso del coste de transporte a ciudades y
puertos- y se multiplicaron tanto las adquisiciones de tierras como el valor de
las mismas.
En las décadas finales del siglo
XIX, la industrialización y la urbanización habían llegado en Europa a tal nivel
que la demanda de alimentos y de materias primas para ciudades y fábricas se
trasladó con mayor fuerza que antes a los territorios de ultramar, abundantes
en tierras. Desde lana, algodón y pieles, hasta cereales, carne, café o azúcar.
Si a este factor añadimos la mejoras en el transporte marítimo y la moderación de
los derechos arancelarios tendremos la explicación de que Argentina viviese un ‘boom’
exportador que rindió considerables beneficios a hacendados y estancieros, que atrajo a cada vez más inmigrantes hacia un país que se miraba en el espejo
de los Estados Unidos y que, para algunos, podía convertirse en el 'granero del mundo'.
Un auge exportador en el que la
importancia de los productos agrícolas
–trigo, maíz, linaza- creció sin parar. Si en torno a 1880 la lana todavía suponía
más de la mitad de las exportaciones argentinas mientras que trigo y maíz no
subían del 4 %, treinta años después los dos cereales alcanzaban el 35 % y la
lana había bajado al 12 %. Un reflejo de que cada vez más tierras fueron
sometidas al arado y del aumento de sus rendimientos gracias a la mecanización
y al mayor uso de abonos.
Tallow = sebo. Beef = carne vacuno. Mutton =
carne ovino. Hides = pieles. Wool = lana. Linseed = linaza. Wheat =
trigo. Fuente: Tena; Willebald (2013)
Queda claro pues que, en Galicia,
con tan escasa oferta de tierras que comprar, resultaba imposible convertirse
en el rey de algo, o ascender a cabeza de león; todo lo más, a cola de ratón o,
mejor dicho, de ratoncito. Sólo pudieron aspirar al trono dorado aquellos que abandonaron
el Reino de España y se instalaron en la República de la plata.
El primer entronizado del que
tuve noticias fue, como he señalado anteriormente, Juan Fuentes, el rey del maíz. Luego encontré
a los hermanos Rodríguez Arijón, y me dio por bautizarlos como reyes de la
alfalfa. Ya sabía de los méritos de Casimiro Gómez Cobas, al que le viene de
perlas el apodo de rey del cuero. Y, para completar un cuarteto, decidí incluir
a Ramón García Santamarina, a quien podríamos denominar rey de reyes.
Seguramente hubo otros emigrantes
gallegos que también pertenecieron a la realeza agraria, a la élite de terratenientes
en Argentina, pero nuestro cuarteto bastará para hacernos una idea de quienes
eran y como lo lograron. Abajo ofrezco un cuadro con algunos datos básicos de nuestros
personajes.
Salvo algunas diferencias, las
trayectorias de los cuatro guardaron notables semejanzas. Procedían de familias
con escasos recursos, marcharon muy jóvenes, contaron con el apoyo inicial de
un familiar y, tras empezar como sencillos empleados, se hicieron comerciantes
y más tarde hacendados. Santamarina emigró veinte años antes que los demás y,
aunque de padres hidalgos, era huérfano y llegó con una mano delante y la otra
detrás. Casimiro Gómez, por su parte, estuvo ligado desde el principio a la
industria del cuero.
Otra similitud: tres de ellos
acumularon sus primeros buenos pesos antes del boom agroexportador abasteciendo
a los militares. Santamarina suministró todo tipo de productos a los fortines
del ejército argentino y a las tropas en sus campañas de ‘conquista del
desierto’; los hermanos Arijón alfalfa y
caballos al ejército brasileiro; Casimiro Gómez productos de cuero también al
ejército argentino.
Una última cosa en común: cómo no, los cuatro ejercieron la
filantropía donando tierras o capital para fines benéficos, y todos ellos poseyeron
sus correspondientes palacios o mansiones. Palacios que podremos contemplar en
los cuatro siguientes capítulos dedicados, por este orden, a Ramón Santamarina,
Casimiro Gómez, Juan Fuentes y José Arijón.
Como punto final a este capítulo
introductorio, acá tiene el lector dos cuadros con estadísticas acerca de los
distintos usos dados a la tierra en Galicia a principios del siglo XX y a
principios del siglo XXI. El predominio de los montes es abrumador –en torno a
2 millones de hectáreas- y debemos dejarlos al margen en cualquier comparación
con las tierras de la Pampa porque éstas, a diferencia de muchos montes
gallegos, poseían excelentes cualidades para la ganadería y el cultivo.
Soto Fernández, D. (2002), Transformacións productivas na agricultura
|
Según dichas estadísticas, a
principios del siglo XX la superficie dedicada a cereales en Galicia rondaba
las 440.000 hectáreas, de un total cultivado de 630.000, es decir, 6.300 km2 que
suponían el 22 % de la superficie productiva. En 2007, con muchísimas menos
familias viviendo del agro, la superficie cultivada se acercaba a las 420.000 hectáreas,
aunque ha crecido con fuerza la dedicada a prados y pastos para alimento del
ganado. Hoy, como hace 100 años, seguimos moviéndonos en el orden de las 500.000
hectáreas, una cifra que alcanzaban y alcanzan tantos estancieros en Argentina como
dedos tiene una mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario