No conozco un libro que refleje mejor el ambiente del estraperlo en las ferias gallegas de los años 1940 y 1950 que el publicado por Fariña Jamardo en 1981 titulado A Feira do Carballiño.
Portada libro |
Ambientado en 1949, entre muchas otras historias nos muestra la trayectoria y la forma de actuar de un pequeño estraperlista, es decir, de una persona que lleva a la feria productos sometidos a racionamiento –como el arroz, el aceite o el azúcar- conseguidos al margen de la ley y que vende al mejor postor, sin respetar los precios fijados por el gobierno.
Aparte de estar atento a la marcha de los precios, de la oferta y de la demanda, para conseguir el mayor beneficio posible, nuestro protagonista tiene que prestar atención a la llegada de los encargados de perseguir el mercado negro: la Guardia Civil, los empleados de la Fiscalía de Tasas y ... los soplones. Un testimonio de aquella época tan difícil. Traduzco del gallego.
A Feira do Carballiño, páginas 24-27:
“Vuelven a decir de nuevo, unos y otros, que va a rematar el racionamiento. Lo han dicho tantísimas veces que yo pienso que ésta será una más. Otra trola. Puede que piensen que sólo por el hecho de decirlo, los que tenemos algunas mercancías de las que se encuentran racionadas, con el miedo a que bajen los precios, nos desprenderemos de ellas. Pero lo cierto es que estas mercancías suben cada vez más. Si sucediese lo que andan diciendo, a mí y a otros nos hacían la judiada madre. No puede ser.
Uno dejó de hacer zuecos para hacer estraperlos, y no me gustaría ni poco ni mucho tener que volver a hacer zuecos, una tarea que supone mucho más trabajo, y muchos menos cuartos. Siempre se choca uno con gente que tiene envidia y echa la lengua a paseo. Y la mayor parte de esta gente si fuesen personas deberían mostrarnos cierto agradecimiento, ya que les servimos lo que precisan y nos demandan. ¿Qué mal hacemos?. Ninguno. Traficamos en unos artículos que los de la Comisaría [de Abastecimientos y Transportes] no pueden abastecer a los hombres de este país. Nosotros conseguimos que no todos ellos tengan que pasar sin esos artículos racionados y que son de primera necesidad: aceite, azúcar, arroz, pan blanco, jabón ... Los que tienen dinero para comprarlos a los precios que nosotros les ponemos, pueden disfrutar de estas mercancías racionadas. Nosotros vamos a por ellas a donde sea: a Portugal, al horno del señor Xoaquín, a la tienda de Lourenzo, a la casa del empleado de Abastos, o a la residencia particular del secretario del Gobernador. Y lo hacemos con riesgo. Con verdadero riesgo.
En materia de riesgo tengo mi experiencia, pues estuve en la guerra desde el comienzo hasta que acabó. Y fui cabo de la Legión extranjera. De la Legión, es decir, del Tercio. Y no hay quien me tosa. Me hirieron en el Ebro. Un tiro de suerte. Y nadie puede decir que no luché por el régimen, o que no soy adicto al Gobierno. Incluso tengo la medalla de sufrimientos por la patria.
(...) Y me licenciaron. Y tuve que volver a hacer zuecos. Pero los zuecos dieron poco de sí. Fue entonces cuando me puse en relaciones con la Sara, y ella, ya en el tiempo de la guerra había traficado con el hilo y el jabón portugués. Y más adelante se metió en el chollo del café. (...) Entonces la Sara y yo nos pusimos de acuerdo en dejar el contrabando en la frontera y dedicarnos a hacer estraperlo de poca altura, o sea, a ras de suelo: aceite, azúcar, chocolate, harina, y otras cosas intervenidas por el Gobierno. Y rápidamente encontré fuentes de suministro. Pequeñas fuentes, cierto, pues uno sigue siendo un estraperlista de los pequeños, a pesar de mis muchos servicios al régimen. Estraperlistas de los de cinco mil pesetas de mercancías y multas de mil, que no se hacen efectivas por no tener ningún tipo de bienes.
(...) Los [Guardias] civiles huelen el estraperlo desde lejos como si fuesen lebreles. Y también los de la Fiscalía. Aunque estos son más estraperlistas que nosotros. Pensando en esto me dijo ayer la Sara: ahora que tenemos unos kilos de arroz y de azúcar y unos litros de aceite, puedes ir con ellos al Carballiño, que allí los de la Fiscalía no actúan. Los de O Carballiño, que son gente de trato, saben muy bien lo que hacen y en su feria no dejan entrar a los de la Fiscalía. Por eso la feria de O Carballiño medra, y se llena de feriantes y de gente, y en ella hay de todo. Hasta dólares y medicinas que no se encuentran en ninguna parte. Hoy por hoy la feria de O Carballiño es una de las mejores de Galicia. Y va habiendo suerte.
Benitiño sabe esconder muy bien los bultos en el ómnibus. Ya nos dieron el alto los civiles dos veces y no los encontraron. Aunque el Benitiño cobre bien sus servicios es una garantía viajar con él. Aunque cuando los civiles encuentran los bultos, él se eche rápido atrás diciendo que no sabe nada. Le dice a los guardias que sólo se dedica a hacer el servicio de ferias con su ómnibus debidamente autorizado; pero que no tiene autoridad ni fuerza para decirle a sus clientes que le abran los bultos que meten en el ómnibus para llevar a la feria.
Un ómnibus parecido al de Benitiño |
(...) Benitiño se lava las manos asegurando que cada uno es responsable de lo suyo. Y los civiles, entonces, se incautan de las mercancías que encuentran, y denuncian a sus dueños. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en el ómnibus de Benitiño no se encuentran fácilmente aquellas cosas que no conviene que sean encontradas. Y si aquella vez encontraron el café es porque olía demasiado. Y se pensó que aquel café pudiese ser de Benitiño; pero él para librar al ómnibus del decomiso les dijo a los civiles que aquel café era mío. Y tuve que pasar en la cárcel quince días. Y el Benitiño no sólo vino a visitarme, sino que supo agradecer el sacrificio. E incluso llegó a darme cinco billetes verdes para que callase.”
A Feira do Carballiño, páginas 58-61:
“La feria del grano, del arroz, del aceite, del café, del azúcar y de los demás artículos intervenidos, se hace hoy fuera de la villa, en unos terrenos bajos existentes al lado de la carretera de Ribadavia a Cea, después de pasar el Asilo, y antes de llegar a Framia. Dicha feria tiene un carácter oficial y aunque, en cierto modo, sea reconocida y protegida por los carballineses, para la ley y para los de la Fiscalía es clandestina.
No es de extrañar, por eso, que los que compran o venden en ella estén siempre pendientes de la posible llegada de los civiles o de los agentes de la Fiscalía de Tasas, teniendo sus vigías para atisbar la proximidad de unos y otros. Cuando les llegaban noticias de que se encaminaban a la feria del grano y del aceite y los divisaban, los vigías gritaban ¡qué vienen! ¡qué vienen!, y la feria se deshacía en un abrir y cerrar de ojos, pues los del trato huían corriendo con las mercancías por el camino de hierro en construcción hacia el Cuco, o buscaban cobijo en las huertas y los pinares de Framia y Arcos.
Las transacciones se hacían aquí con mucha mayor rapidez que en la feria de ganado, y los compradores en el momento mismo de comprar, sentían la inquietud de ser dueños de una mercancía o de un artículo intervenido, y huían a toda velocidad con él de la feria. Los sacos de maíz, centeno o habas pasaban de los carros en los que los labradores los habían traído a la feria, a los camiones con gasógeno de los compradores. La venta de aceite, azúcar y café semejaba envuelta en mucho secreto y en ella sólo se hablaba de litros, latas, kilos, precios y, a diferencia del maíz o las habas que tenían precio fijo, los precios del arroz, azúcar, café o aceite cambiaban con frecuencia de acuerdo a la demanda antes de que se deshiciese la feria, y siempre eran objeto de regateo entre los que vendían y compraban.
-- ¿Tiene aceite?.
-- Tengo. Y también arroz y azúcar.
-- ¿El aceite es bueno?.
-- El aceite es del mejor, mi señora. Bueno como ninguno. Se lo vendo a granel o en latas.
-- ¿Cuánto vale?.
-- 58 pesetas el litro.
-- ¿58? ... Usted no gobierna bien su cabeza. A 25 lo compré en la última feria.
-- A 25 pudo ser el cuartillo.
-- No, fue el litro.
-- Entonces no era aceite de oliva.
-- ¡Claro que era de oliva!, ¡y del mejor!.
-- ¡No me diga! ... Pues siendo de esta manera no le vendo a usted cosa alguna. Yo compro todo el aceite que me traiga a ese precio y además le regalo dos duros en litro.
-- Usted no se pierde. Usted es muy espabilado. Quiere que yo le traiga aceite a 35 pesetas para seguidamente cargármelo a mí o a otro cliente a 58.
-- Por el precio que usted me dijo de 25 pesetas no sólo le regalo dos duros en litro, sino cuatro.
-- Pero yo no vendo aceite, mi rey, yo lo compro. Y son cinco litros los que preciso para la comida que mi marido quiere darle a sus compadres por San Ildefonso, que es su santo.
-- Pues también es casualidad. De cinco litros y sin abrir tengo una lata de la Giralda; es decir, del mejor aceite que se encuentra hoy en el país. Aquí la tiene. ¡Véala!.
-- Ya veo que la lata no fue abierta y que parece ser efectivamente de la Giralda, por fuera. Lo que no puedo ver es lo que tiene dentro. Si tiene aceite o cualquier otra cosa. A lo mejor tiene aceite por arriba y agua por debajo. Con eso de que el aceite sube y flota sobre el agua, el engaño es fácil de hacer y no sería el primero que se aprovechase de esto.
-- Por ese escrúpulo no deje la mercancía. Si hacemos trato, la abrimos y la vaciamos aquí mismo. Yo no acostumbro a hacer estraperlo, señora.
-- Entonces como le llama a lo que está haciendo en esta feria. O piensa que vender aceite a 58 pesetas el litro es hacer una obra de caridad.
-- Una obra de caridad sí que es, aunque no lo parezca. Depende de como se mire. Usted no puede festejar el santo de su marido y quedar bien con sus invitados si yo u otra persona de las que nos dedicamos a este pequeño y peligroso oficio no le vendemos el aceite que necesita y que no le dan con la cartilla de racionamiento. Y para que usted pueda tener el aceite yo y mis compañeros tenemos que arriesgarnos delante de la Fiscalía, de los civiles, de los carabineros, y de los del 40 por ciento, exponiéndonos al decomiso de la mercancía, a las multas y a la cárcel. Y al final para no ganar gran cosa. Para ganar una minucia.
-- ¿Y cómo siendo un negocio tan peligroso se dedica usted a él?.
-- Los tiempos son miserables, mi señora. Usted bien lo sabe. La mujer y los hijos quieren un pedazo de pan y una taza de caldo y hay que dársela. Por eso estoy aquí. Piense que nosotros somos el último peldaño de una larga escalera; los que más nos arriesgamos y los que menos ganamos. En este, como en otros muchos negocios, los que llevan la mejor tajada son los que no arriesgan nada.
-- A usted le fallará la razón, pero palabras no le faltan. Le llevo una lata a 35 pesetas el litro.
-- Por debajo de las 50 nada tenemos que hablar. A 50, y no le rebajo ni un céntimo. Pero además del aceite, y como va a estar de fiesta, creo que debería llevar arroz, para hacer una paella o arroz con leche. ¡Mire que arroz tengo, señora!. No lo encontrará mejor en O Carballiño ni en Ourense. Y se lo vendo muy barato. A 20 pesetas el kilo.
-- Si me lo pone a 16, le llevo dos kilos.
-- Déjese de regatear. No me haga perder tiempo. Tengo clientes esperando. Compre si le conviene, y sino váyase ... Lleve el arroz a 18 pesetas. Y no me haga jurar, que no gano un céntimo.
-- Déjeme palparlo. Aunque no parece muy bueno, le doy 17 pesetas.
-- 18. En la feria lo están vendiendo a 20. Usted bien lo sabe.
-- A 17 lo ofreció aquel señor.
-- No haga comparaciones. El de aquel señor no tiene la calidad del mío. Este es valenciano legítimo. No es de ese andaluz que sacaron ahora de no sé dónde, que parece cascajo y no vale ni para papas.
-- No le digo que no. Pero, volviendo al aceite ¿cuál es su último precio?.
-- 45. Y ya no pierdo más tiempo con usted. Si lo quiere llévelo, y si no déjelo. Buenos días, amigo, ¿qué le interesa? ¿aceite? ¿arroz?.
-- Las dos cosas.
-- Pues de las dos tengo y de la mejor calidad.
-- ¿Y a cuánto las pone?.
-- Haga el favor. A ver si rematamos el trato, que tengo prisa. Baje cinco pesetas en el litro de aceite y le llevo la lata de los cinco litros y además dos kilos de arroz.
-- El que tiene prisa soy yo, señora. Y no le bajo ni un real. Déjeme ya tranquilo. No me haga perder la paciencia, que voy a estallar.
-- No explote que no es para tanto. Le daré lo que me pide. ¡Qué mal genio tiene este hombre!.”
A Feira do Carballiño, página 87:
“Aunque sea poco a poco el estraperlo va saliendo. Como somos muchos, los nuevos se ponen nerviosos en vez de aguardar, cogen miedo y tiran los precios. Les hacen caso a los avispados, a los soplones, a los espabilados, a los malos bichos que traen las malas noticias: que si los de la Fiscalía andan recorriendo la feria; que si el cabo primero de la guardia civil viene para acá; que si incriminaron al alcalde ante el Gobernador por hacer la vista gorda ... Y aquel hijo de mala madre que presumía de ser mutilado de guerra, queriendo llevar el aceite y el arroz a precio de tasa. ¡Mala centella lo hunda!. Y nos vimos obligados entre todos a mostrarle el camino a bofetadas. ¡Y no tenía humos el entrometido del mutilado!. Se hartó de decir que iba a dar parte a la guardia civil y al alcalde. Pero no faltó quien le avisase, poniéndole el filo de la navaja en el pescuezo, que si se atrevía a hacerlo podía darse por muerto. Y debió coger miedo ... Y como el miedo guarda la viña, algunos compañeros, y antes que nadie las mujeres, quisieron echar la mercancía fuera, fuese como fuese. Y se la vendieron al primero que abrió la boca. Yo no. Yo aguanté y seguiré aguantando.
La mitad, o quizá un poco más, de los artículos que traje ya los tengo vendidos a buen precio ... Bueno, al precio que corresponde. Me hizo gracia la señora aquella que hablaba de si el aceite era mejor arriba que abajo. Y que lo mismo sucedía con el arroz. Entonces ¿qué pensaba? ... Decir dijo cosas de muy enterada. Pero aún creyéndose muy espabilada y muy de sabérselas todas, picó como las demás ... Ciertamente, si los artículos que uno vende fuesen tan buenos como parecen, por encima o por fuera, no hacía falta dedicarse al estraperlo ... En este oficio hay que tener los ojos muy abiertos; y si los civiles aparecen ... –no lo quiera el demonio- echar el saco al hombro y huir corriendo ... Sólo me quedan unos 16 kilos de mercancía. Y tengo que ganar con ellos para el viaje y para comer en la de Roxelia o la de Celia, a cuerpo de rey ...”
La de O Carballiño era una importante feria ganadera, y ahí va una imagen de la misma en los años 1920.
Hola.
ResponderEliminarMe gustaría saber si puedo usar la foto de la feria del ganado de Carballiño en mi grupo de facebook.
Un saludo.
Por supuesto que sí. Un saludo
EliminarDiego Pèrez .. eres una persona muy Honesta . al pedir permiso .te felicito... Biquiños una Carballinesa lejos de tu TERRUÑO...
ResponderEliminarDonde es la foto? Calle y eso. Muchas gracias
ResponderEliminarHola. Como podrás comprobar en esta página http://galicias.com/cronista/
ResponderEliminarel escenario corresponde a las actuales Alameda y Praza do Emigrante, pero el parecido entre lo de ahora -con montonazo de edificios- y el antiguo Campo da Feira es casi nulo. Un saludo.
Te agradecería que me permitieses usar la foto de la feria de Carballiño en un trabajo sobre la vida en la comarca de Carballiño.
ResponderEliminarUn saludo
Feliciano González