30 de mayo de 2014

AgroLance. Caballos salvajes contra lobos

1956

AgroLance. Entrevista a un 'ferrador'

Ourense, 1952. Entrevista realizada por F. Álvarez Alonso.





“Cientos de veces tuve la misma tentación de entrar en el taller de herrajes de las proximidades del Jardín de Posío y cientos de veces me resistí al impulso. Me parecía que no iba a ser mucho lo que se podía sacar en limpio de una industria como la de aquellos herradores y que, por consiguiente, casi no merecía la pena descender el escalón que separa la acera del piso del taller.

Algo, sin embargo, me hizo cambiar de propósito. El encargado de aquel lugar, Delmiro Rodríguez Cota, es el decano de los herradores de Orense y de los partidos judiciales más próximos y, por si ello fuera poco, el mejor de todos los del gremio de la provincia.

En aquel momento, a última hora de la tarde, quedaban todavía dos bueyes por herrar, uno de ellos sujeto con cadenas y cuerdas al potro, el otro observando a su compañero desde el fondo del recinto con ojos en los que se reflejaba una vaga inexpresividad.

- No parece muy difícil la tarea – le digo yo al herrador.
- Ni lo es, sobre todo para quien, como nosotros, lleva tanto tiempo en el oficio.

Este «nosotros» comprende a él y a su hermano Manuel, que se ocupa de las patas del animal, mientras mi colocutor hierra las manos.

- ¿Es la experiencia lo que da esa soltura?
- En parte, sí; pero más importancia tiene el interés que se pone en la tarea.

- ¿Son ustedes muchos?
- «Clínicas» de importancia en la plaza solo hay ésta y otra. Todos los demás son intrusos, y de ellos tenemos aquí bastantes.

- ¿Qué operaciones comprende el herraje de un animal?
- Primero, se le amarra al potro, después se le extraen las herraduras viejas, se le prepara el casco y, finalmente, se le coloca el casco nuevo. Eso es todo.

- Para ustedes ¿qué momento es el más delicado?
- Todos son por el estilo.

- ¿Cuál es el estado actual de esta industria?
- Ha desmejorado mucho con relación a hace algunos años. Por esa razón ahora ya no hay tanto trabajo como antiguamente.

- ¿Cuál es el motivo principal de esa «baja forma» a que acaba de referirse?
- El único que existe: los automóviles. Por culpa de ellos y de tanto chisme mecanizado, las bestias de carga han quedado reducidas al mínimo. Ahora, si usted se fija, faltan carros.

- ¿En la ciudad sólo o también en el campo?
- En la ciudad y en el campo. Aunque en los pueblos de la provincia hay pocos coches particulares, hay, en cambio, muchos de línea, y, con ello, la mayoría de los arrieros han desaparecido.

- ¿Está en proporción el número de herradores con el de clientes?
- ¡No, señor! ¡Ni mucho menos! Antes de la guerra solo los había en Orense, Maceda, Allariz y Celanova, como más próximos. Ahora, en cualquier pueblo de estos contornos tiene usted uno.

- ¿Suele durar mucho una pieza de las puestas por ustedes?
- Eso depende, claro está, de la cantidad de trabajo a que se someta al animal que la lleve. Sin embargo, la duración corriente es de un mes, sobre poco más o menos. También depende, naturalmente, de la clase de terreno, pues en Galicia se gasta más pronto una herradura que, pongamos por ejemplo, en Castilla.

- Que usted recuerde, ¿cuál fue la época de mayor esplendor de este oficio?
- En los 45 años que llevo en él, cuando se viajaba en diligencia. Aquello era estupendo. Sólo en la central del ferrocarril había seis coches para el servicio de los viajeros que iban o venían en tren, lo mismo que hoy hacen los taxis.

- En todos esos años que hace que trabaja en esto ¿tuvo muchos accidentes?
- Únicamente recibí dos coces, una en cada pierna, cuando era rapaz, pero de ellas no quedaron más que la señales. Desde entonces no volví a tener ni el más ligero rasguño.

- ¿Cómo es posible tanta suerte?
- No es suerte. Lo que pasa es que nosotros cuando pasamos al lado del animal, solo con mirarle para la cara ya conocemos las intenciones que trae y, si son malas, entonces ya es cuestión de andarse con cuidado para no dejarse sorprender.

- ¿Ha habido algún caso de rebeldía extraordinaria?
Ambos hermanos evocan casos sucedidos, pero solo coinciden en uno de ellos.
- Un día –dice Delmiro— una mula de Paderne vino a herrar por vez primera. Después de amarrarla al potro, a la primera sacudida que dio lanzó al dueño contra la puerta de salida. El dueño me cogió a mí en el camino y, aunque no ocurrió nada, el susto fue de padre y muy señor mío.

- ¿Qué animal es el más difícil de herrar?
- El buey, sin género de dudas, por la sencilla razón de que así como en las caballerías van clavadas las herraduras por las dos partes, en el ganado vacuno solo van por una. Además, el buey tiene muy poco casco.

- ¿Es el más rebelde el mulo?
- No. También en eso se lleva la palma el buey. Este animal no nació para ser herrado. Es en él una cosa «contra-natural», en tanto que las caballerías van acostumbradas desde pequeñas.

- ¿Y el que se hierra más a menudo?
- El asno, que además de ser el que más trabaja, es también el que más abunda.

- Sí, señor. Por desgracia...”
F. ÁLVAREZ ALONSO

Potro de ferrador en Vilamarín (Ourense Etnográfico, 1998)



29 de mayo de 2014

La batea de Moaña, la taberna de Bouzas y el Pazo de Cequeliños.



Empecé con una batea de mejillones en 1932 y fui a dar a un pazo y a una agencia de negocios. El pazo me llevó a una taberna-tienda de ultramarinos, y la taberna me llevó a una conocida bodega que se estableció en el pazo hace casi cuarenta años. Al final llegué a un ‘carpinteiro de ribeira’ pionero de la mitilicultura, es decir, del cultivo de mejillones. Y estas vueltas y revueltas me condujeron a un refrán: zapatero a tus zapatos.

Cuando tiempo atrás, estudiando la historia de la mitilicultura gallega, me enteré de que en 1932 el Ministerio de Marina había concedido permiso para instalar un vivero flotante para el cultivo de mejillones enfrente a la iglesia de Tirán (Moaña) busqué y busqué información para saber si se había instalado de verdad. Habría sido la llamémosle Batea Primera de Galicia, la pionera.

Pero no encontré noticias de que hubiese llegado a existir y despaché el asunto. Me resultaba raro que quien había solicitado el permiso tuviese apellidos hidalgos –Pedro Vázquez de Puga y Pereira, abogado- y que ningún rastro hubiese quedado de la implicación de D. Pedro en las cosas del mar. Un proyecto inconcluso, concluí.

Pasaron los años y gracias al cúmulo de informaciones sobre las pequeñas historias que encontramos en la red, descubro que sí, que la batea existió, aunque se fue al fondo sin haber llegado a dar su primera cosecha. En este enlace encontrará el lector un breve reportaje sobre ella. En el mapa de abajo podemos ver su emplazamiento original.

Ría de Vigo y batea de 1932 en rojo.

Y aquí otro texto interesante, firmado por Luis Mª Pérez González, quien cita como fuente las informaciones facilitadas por el socio de Vázquez de Puga en el negocio, Manuel Otero Moratinos, también abogado. Traduzco del gallego.

En 1932, Manuel Otero Moratinos, por entonces Secretario del Juzgado Municipal de Bouzas, viajó a Barcelona para ver los viveros flotantes de mejillón, comenzó a meditar sobre la posibilidad de transferir la experiencia a la ría de Vigo. Al llegar a Vigo, junto con su amigo Pedro Vázquez de Puga y Pereira, estudió el proyecto y decidió solicitar la autorización a través de la Ayudantía de Marina de Cangas para instalar una batea en aguas próximas a Tirán.

Se construyó la batea utilizando como flotador uno de los cajones en que llegaban embalados a Vigo los coches que enviaba la General Motors, adquirido al Garaje Americano por 300 pesetas. La batea fue fondeada en el lugar mencionado, quedando a su cargo el vecino de Tirán, Enrique Juncal Iglesias, más conocido por el apodo de ‘O Caranguexo’. Este hombre murió a consecuencia de una pulmonía que cogió al tirarse al mar, y tratar de salvar la batea que se iba al garete por el fuerte temporal que aconteció el día 2 de febrero de 1933.

La experiencia no fue larga, pero suficientemente significativa para ser considerada como pionera en el cultivo de mejillón en Galicia.

No se conservan fotos de aquel rudimentario artefacto, pero sí del primer joven bateeiro, Enrique Juncal, muerto en combate contra un temporal para salvar la batea cuando tenía 24 años.


De modo que dos abogados residentes en Vigo habían tenido la idea de trasladar a Galicia el sistema de cultivo en viveros flotantes que llevaba décadas funcionando en Barcelona y en otros puertos del Mediterráneo. Dos jóvenes licenciados en Derecho, que tendrían 27-28 años, se animaron a realizar el experimento. Sus familias nada tenían que ver con los moluscos, la pesca o el marisqueo. Otero Moratinos era hijo de Manuel Otero Casaús, primero comerciante y después ‘agente de negocios’. Acá tenemos un anuncio de su empresa.

1931

Y Pedro Vázquez de Puga procedía de una familia hidalga, asentada en Cequeliños (Arbo), a orillas del río Miño, con antepasados diputados y senadores, que disponía de finca con viñedos y de su correspondiente pazo, el Pazo da Moreira.

Pazo da Moreira (Arbo), en foto reciente.

Seguí la historia de este pazo y fui a parar a Bouzas. Fui a parar justo al año de la Batea Primera, 1932; justo a cuando Otero Moratinos desempeñaba en la villa marinera el cargo de secretario del juzgado; y justo a cuando Mariano Peláez Muñoz, natural de Becerril de Campos (Palencia), montaba en Bouzas un pequeño negocio de ultramarinos y venta de vinos. Una triple coincidencia de esas que producen sorpresa.

Bouzas era entonces un importante núcleo pesquero e industrial, con vapores de pesca, astilleros y fábricas, con muchos marineros y obreros a los que servir tazas de vino.

Bouzas, 1930
Bouzas, 1940

Y Bouzas siguió creciendo y dando vida al bar y comercio de ultramarinos de los Peláez. Acá tenemos un anuncio de 1960.

1960

Tras la muerte del fundador en 1966, su hijo Mariano Peláez Lomana decidió introducirse en la elaboración de vinos embotellados con la marca Marqués de Vizhoja. Había servido muchas chiquitas y había aprendido mucho de vinos en el negocio familiar. Bueno, pues le fue bien y empezó a recibir premios.

1970

Le fue tan bien que Mariano Peláez hijo acabó comprando en 1975 el pazo y la finca de los Vázquez de Puga. El humilde tendero-tabernero ascendió así a reconocido bodeguero con ‘palacio’ propio.

2010

Nos falta saber si tras la muerte prematura de la 'Batea Primera' en 1932 surgieron otras nuevas en Moaña. Y la respuesta es, claro, afirmativa pero... eso sí, hubo que esperar nada menos que veinte años, hasta abril de 1953, cuando el moañés José Ferradás Piedras solicitó autorización para instalar cuatro viveros flotantes de mejillón en Domaio. Los Ferradás poseían desde principios de siglo un astillero que construía buques de madera y dominaban, lógicamente, las técnicas de fabricación de artefactos flotantes. El primer paso imprescindible para introducirse en el nuevo mundo de las bateas mejilloneras.

1961

Otros vecinos de Domaio siguieron su ejemplo, como Julio Veiga Ferradás también en 1953 o José Rios Palmás en 1954. De modo que una foto aérea de 1956 nos permite divisar creo que doce bateas fondeadas en la ensenada de Domaio.

1956, bateas en Domaio.

El negocio mejillonero fue a más, y por eso en un reportaje de 1962 se destacaba que Domaio era el pueblo marinero de la ría de Vigo con mayor número de bateas, aproximadamente noventa, que producían cada una en torno a 20 toneladas de mejillones y de insuperable calidad, ‘hasta el extremo de que en Cataluña solicitan siempre mejillón de Domayo, aún pagándolo más caro.”

1962

Bateas, tabernas y pazos. A la hora de concluir esta historia me vino a la cabeza el conocido refrán de ‘zapatero a tus zapatos’. Bien sabemos que los refranes reflejan el saber de la experiencia, pero la cuestión es que los refranes provienen de épocas en las que los cambios eran mínimos, eran lentos, y por esa misma razón sabía más el diablo por viejo que por diablo. Muchos refranes sólo tienen aplicación local, refranes del estilo ‘Año de nieves, año de bienes’. Y otros son aparentemente contradictorios: “A quien madruga, Dios le ayuda” versus “No por mucho madrugar amanece más temprano”.

Pero desde que el cambio tecnológico se ha convertido en el pan nuestro de cada día, la movilidad entre profesiones se ha multiplicado y lo de ‘zapatero a tus zapatos’ suena a antiguo. De ahí que hayan surgido un sinfín de predicadores de un mantra que ya resulta pesado, el mantra del ‘si quieres, puedes’, del que todo es cuestión de esfuerzo y voluntad. El muy norteamericano mantra del emprendedor.

Pues... ni una cosa ni la otra. La experiencia previa, con ciencia o sin ella, sigue y seguirá contando. Nuestra historia es buen ejemplo de ello. Dos abogados urbanos frente a carpinteros de ribera a pie de playa que conocían el mar y dominaban el arte de hacer flotar. No hay color. Una tradicional familia hidalga con pazo frente al hijo de un emigrante con años de experiencia sirviendo chiquitas a marineros, obreros y armadores, que sabía de vinos y sobre todo de los gustos del consumidor. Más de lo mismo.