23 de febrero de 2014

'Reyes del agro' en Argentina (1)



La idea de escribir esta serie de cinco capítulos surgió cuando supe de un natural de Caldas de Reis –Juan Fuentes Echevarría- que llegó a Argentina en 1866 con 14 añitos, hizo fortuna, y acabó recibiendo el título de ‘Rey del Maíz’.

Aquí tenemos el titular de la crónica periodística que me llamó la atención, publicada por un diario gallego en 1955.


Y acá el Palacio Fuentes, en Rosario de Santa Fe, la residencia que mandó edificar nuestro ‘Rey’.


Debo reconocer que si le hubiesen llamado ‘opulento terrateniente’ o ‘acaudalado hacendado’, como era habitual en aquellos tiempos, no habría prestado especial atención al tema. Pero eso de rey del maíz despertó mi curiosidad. Fui juntando información sobre Fuentes y sobre otros ‘monarcas’ gallegos del agro argentino y me llevé una buena sorpresa. Porque si sumamos la superficie de tierra que cuatro o cinco de ellos llegaron a reunir, nos sale casi la misma cifra que la de toda la tierra utilizada en Galicia para el cultivo de cereales y patatas.

Vayamos a la Galicia del año 1900. Dos millones de habitantes; 300.000 familias campesinas, aproximadamente; 438.000 hectáreas dedicadas al cultivo de cereales (maíz, centeno, trigo y demás) y otras 38.000 hectáreas dedicadas a patatas, según las estadísticas oficiales. Casi 16.000 metros cuadrados por familia, o sea, 1.6 hectáreas. Pues bien, según algunas fuentes, Juan Fuentes poseía 45.000 hectáreas. Y otros reyes, como veremos después, muchas más.

Estamos, por descontado, ante casos excepcionales; ante la minoría sobresaliente que tanta presencia tenía en los medios de comunicación, en el boca a boca, en el carta a carta; ante personajes de carne y hueso cuyas historias de éxito a partir de cero empujaron a tantos a probar suerte en América.

Mientras investigaba sus trayectorias y localizaba sus mansiones, me preguntaba: si hubiesen quedado en Galicia, ¿habrían tenido la oportunidad de conseguir tan extensos patrimonios, de hacerse tan ricos?; ¿podría haber llegado alguien a juntar cien mil hectáreas de tierra? Adelanto mi respuesta: rotundamente no, salvo que un gobierno revolucionario se hubiese atrevido a despojar de sus fincas a un formidable número de campesinos, ponerlas en venta y que fuesen acaparadas por unos cuantos. No es difícil imaginar el tremendo lío que se montaría porque para que alguien consiguiese 100.000 hectáreas de labradío sería preciso adjudicarle lo que poseían, más o menos, 62.500 familias.

Es cierto que entre 1837 y 1875, aproximadamente, debido a la aplicación de las famosas leyes desamortizadoras por las que se expropiaron y sacaron a subasta buena parte de las propiedades de la Iglesia y de los bienes comunales de los concejos, surgió una oportunidad inédita de adquirir tierras. Pero los investigadores nos han mostrado que se trataba de muchas pequeñas fincas, dispersas por toda la geografía gallega, entremezcladas con las de otros propietarios y subastadas a lo largo de casi 40 años.

El caso de la provincia de A Coruña ha sido estudiado por Xosé Cordero en su tesis doctoral (La desamortización en la provincia de A Coruña: etapas de Mendizabal y Madoz, Santiago, 2012) y las cifras que nos ofrece son reveladoras: en la desamortización de Mendizábal salieron a la venta 5.766 fincas rústicas con una superficie total de 2.219 hectáreas; y en la de Madoz fueron 16.432 fincas con casi 8.700 hectáreas. Redondeando, 22.000 fincas que sumaban 11.000 hectáreas,... a media hectárea de media por finca, y muchas mucho más pequeñas. Con el añadido de que buena parte de dicha superficie correspondía a terrenos incultos o montes arbolados.

Otro tanto había comprobado Aurora Artiaga (A desamortización na provincia de Pontevedra, 1855-1900, 1991, pags. 68-69) para la provincia pontevedresa: en la desamortización de Madoz fueron subastadas 4.734 fincas con 5.200 hectáreas de superficie, pero sólo 825 hectáreas eran terrenos de labradío, y casi 3.000 no eran sino montes con arbolado. En la desamortización gallega lo que salió a subasta fueron, sobre todo, rentas que pagaban los labradores a monasterios y otras instituciones, y no las tierras que cultivaban.

Con estos números y en aquellas condiciones era absolutamente imposible lograr lo que en Argentina fue no fácil pero sí factible: adquirir un puñado de grandes parcelas en un corto período de tiempo y hacerse con varias decenas de miles de hectáreas.

Porque en Argentina, en la fértil Pampa y en otras regiones de la República, existían a mediados del siglo XIX millones de hectáreas habitadas por una reducida población indígena, un escenario semejante al de los Estados Unidos. Y una vez que los nativos fueron ‘desalojados’ –la conquista del desierto en Argentina, la conquista del Oeste en Norteamérica- dichas tierras quedaron bajo control del gobierno y fueron sacadas a la venta para impulsar la colonización. Una enorme oferta de tierras en las décadas de 1870-1890 que pudieron aprovechar quienes dispusiesen de voluntad, capital y contactos para adquirirlas.

En el siguiente mapa podemos observar el proceso de conquista de los ‘Dominios de indígenas indomables’, una peculiar expresión que desconocía.

Mapa de Argentina en 1820 (izquierda) y en 1878 (derecha)

Territorios poblados por pueblos indígenas semisedentarios que rechazaban el expansionismo de los colonizadores europeos y que, con sus ataques, frenaban el establecimiento de nuevos colonos. Territorios de frontera, en disputa, de alto riesgo. Pero también extensas llanuras con condiciones extraordinarias para el ganado o los cultivos. El mapa de abajo nos muestra las ‘Ecorregiones’ o ‘regiones ecológicas’ de Argentina, con la Pampa en torno a la provincia de Buenos Aires. Otro concepto que no conocía.


Eso sí, mientras no mejoraron los transportes, la mejor manera de rentabilizar la tierra siguió siendo la tradicional ganadería extensiva de ovino y vacuno, de ganado que pace a sus anchas en extensos territorios. El mundo de los gauchos y los vaqueros. A la altura de 1875, Argentina contaba con aproximadamente 2 millones de habitantes,  57.5 millones de cabezas de ovino y 13.3 millones de vacuno.

Pero a medida que la red ferroviaria fue ampliándose y ramificándose, el cultivo de cereales se volvió cada vez más rentable –por el descenso del coste de transporte a ciudades y puertos- y se multiplicaron tanto las adquisiciones de tierras como el valor de las mismas.


En las décadas finales del siglo XIX, la industrialización y la urbanización habían llegado en Europa a tal nivel que la demanda de alimentos y de materias primas para ciudades y fábricas se trasladó con mayor fuerza que antes a los territorios de ultramar, abundantes en tierras. Desde lana, algodón y pieles, hasta cereales, carne, café o azúcar.

Si a este factor añadimos la mejoras en el transporte marítimo y la moderación de los derechos arancelarios tendremos la explicación de que Argentina viviese un ‘boom’ exportador que rindió considerables beneficios a hacendados y estancieros, que atrajo a cada vez más inmigrantes hacia un país que se miraba en el espejo de los Estados Unidos y que, para algunos, podía convertirse en el 'granero del mundo'.

Un auge exportador en el que la importancia de los productos agrícolas –trigo, maíz, linaza- creció sin parar. Si en torno a 1880 la lana todavía suponía más de la mitad de las exportaciones argentinas mientras que trigo y maíz no subían del 4 %, treinta años después los dos cereales alcanzaban el 35 % y la lana había bajado al 12 %. Un reflejo de que cada vez más tierras fueron sometidas al arado y del aumento de sus rendimientos gracias a la mecanización y al mayor uso de abonos.

Tallow = sebo. Beef = carne vacuno. Mutton = carne ovino. Hides = pieles. Wool = lana. Linseed = linaza. Wheat = trigo. Fuente: Tena; Willebald (2013)

Queda claro pues que, en Galicia, con tan escasa oferta de tierras que comprar, resultaba imposible convertirse en el rey de algo, o ascender a cabeza de león; todo lo más, a cola de ratón o, mejor dicho, de ratoncito. Sólo pudieron aspirar al trono dorado aquellos que abandonaron el Reino de España y se instalaron en la República de la plata.

El primer entronizado del que tuve noticias fue, como he señalado anteriormente, Juan Fuentes, el rey del maíz. Luego encontré a los hermanos Rodríguez Arijón, y me dio por bautizarlos como reyes de la alfalfa. Ya sabía de los méritos de Casimiro Gómez Cobas, al que le viene de perlas el apodo de rey del cuero. Y, para completar un cuarteto, decidí incluir a Ramón García Santamarina, a quien podríamos denominar rey de reyes.

Seguramente hubo otros emigrantes gallegos que también pertenecieron a la realeza agraria, a la élite de terratenientes en Argentina, pero nuestro cuarteto bastará para hacernos una idea de quienes eran y como lo lograron. Abajo ofrezco un cuadro con algunos datos básicos de nuestros personajes.


Salvo algunas diferencias, las trayectorias de los cuatro guardaron notables semejanzas. Procedían de familias con escasos recursos, marcharon muy jóvenes, contaron con el apoyo inicial de un familiar y, tras empezar como sencillos empleados, se hicieron comerciantes y más tarde hacendados. Santamarina emigró veinte años antes que los demás y, aunque de padres hidalgos, era huérfano y llegó con una mano delante y la otra detrás. Casimiro Gómez, por su parte, estuvo ligado desde el principio a la industria del cuero.

Otra similitud: tres de ellos acumularon sus primeros buenos pesos antes del boom agroexportador abasteciendo a los militares. Santamarina suministró todo tipo de productos a los fortines del ejército argentino y a las tropas en sus campañas de ‘conquista del desierto’; los hermanos Arijón alfalfa y caballos al ejército brasileiro; Casimiro Gómez productos de cuero también al ejército argentino.

Una última cosa en común: cómo no, los cuatro ejercieron la filantropía donando tierras o capital para fines benéficos, y todos ellos poseyeron sus correspondientes palacios o mansiones. Palacios que podremos contemplar en los cuatro siguientes capítulos dedicados, por este orden, a Ramón Santamarina, Casimiro Gómez, Juan Fuentes y José Arijón.

Como punto final a este capítulo introductorio, acá tiene el lector dos cuadros con estadísticas acerca de los distintos usos dados a la tierra en Galicia a principios del siglo XX y a principios del siglo XXI. El predominio de los montes es abrumador –en torno a 2 millones de hectáreas- y debemos dejarlos al margen en cualquier comparación con las tierras de la Pampa porque éstas, a diferencia de muchos montes gallegos, poseían excelentes cualidades para la ganadería y el cultivo.

Soto Fernández, D. (2002), Transformacións productivas na agricultura
galega contemporánea, Tesis doctoral, Santiago, pág. 187.


Según dichas estadísticas, a principios del siglo XX la superficie dedicada a cereales en Galicia rondaba las 440.000 hectáreas, de un total cultivado de 630.000, es decir, 6.300 km2 que suponían el 22 % de la superficie productiva. En 2007, con muchísimas menos familias viviendo del agro, la superficie cultivada se acercaba a las 420.000 hectáreas, aunque ha crecido con fuerza la dedicada a prados y pastos para alimento del ganado. Hoy, como hace 100 años, seguimos moviéndonos en el orden de las 500.000 hectáreas, una cifra que alcanzaban y alcanzan tantos estancieros en Argentina como dedos tiene una mano.

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