En la primera parte de esta historia hemos asistido al nacimiento del Sindicato Católico Agrario de una
pequeña feligresía al norte de O Ferrol llamada Meirás, concejo de Valdoviño. Y
hemos conocido a su principal promotor, el cura párroco, y a una duquesa que
simpatizaba con la iniciativa y echó una mano, María Quindós y Villarroel.
Corresponde ahora conocer la trayectoria de nuestros tres protagonistas
–la duquesa, el cura y el Sindicato- desde la implantación de la II República
en 1931.
Vayamos pues a 1931. El primer
golpe para la duquesa de la Conquista fue, lógicamente, la supresión de la
monarquía y el exilio de la Familia Real, a la que tan ligada estaba. Segundo golpe: la nueva Constitución retiró
a la nobleza el reconocimiento y los honores asociados a sus títulos al
establecer en su artículo 25 que el Estado “no reconoce distinciones ni títulos
nobiliarios”. La prensa pasó a llamarle ex-duquesa.
El tercero tuvo lugar en 1932.
Alegando que la aristocracia había apoyado el golpe militar del general
Sanjurjo, el gobierno decretó la expropiación sin indemnización de las tierras
pertenecientes a los Grandes de España. Tanto la Duquesa de la Conquista como
la Condesa de Pardo Bazán estaban en la lista, publicada en el BOE en octubre
de 1932. En el Registro creado al efecto los bienes expropiables de María Quindós sumaban casi
300 hectáreas repartidas entre los municipios de Moeche, Narón, San Sadurniño y
Valdoviño. No parece mucho, pero para la Galicia de entonces era bastante.
Seguramente por eso María Quindós
tomó una decisión en abril de 1933, a los 70 años de edad: prometió a sus
colonos que recibirían en propiedad las tierras que cultivaban cuando ella
falleciese.
1933 |
La iniciativa fue bien recibida
por el sindicalismo católico, pero no así por los partidos y sindicatos de
izquierda, que interpretaban el gesto como una maniobra de las fuerzas de la derecha
para ganarse el voto rural. Veían en el ofrecimiento una nueva prueba de la alianza
entre la duquesa y los curas, del complot
entre la aristocracia y el clero.
Tardó muy poco en llegar la contraofensiva.
Al mes siguiente de la oferta de la duquesa, en mayo de 1933, alguien quemó
‘por venganza’ la casa del cura Misael Prieto.
En ese mismo mes un líder socialista ferrolano, que firmaba con el seudónimo de ‘El hombre que ríe’, se mostraba encantado de la pérdida de influencia del clero y del rechazo popular al cura de Meirás y a otros párrocos de la comarca.
“La Iglesia está de capa caída.
En esta comarca de Ferrol, un día muere de berrenchín el cura de Caranza,
porque sus feligreses no quieren hacer donativos para las fiestas religiosas.
Otro día se incendia la iglesia de Cervás, y el párroco tiene que marcharse por
falta de casa del culto y de fieles. Todos los cruceros de piedra que ocupan
plazas y caminos van desapareciendo poco a poco, a medida que disminuye la
opresión que representaban, no como cristos redentores, sino como nuevos
crucificados por las pasiones insanas de la clerecía. Al cura de Meirás se le
denuncia al gobernador por todos los vecinos de la parroquia, como enemigo del
régimen; el párroco de Narahio es procesado por denuncia también de la
totalidad de los vecinos, y, por último, amigo mío, el alcalde del vecino
Ayuntamiento de Serantes, ordena detener al cura párroco, por desobedecer las
disposiciones municipales. Parece que aquellos privilegios exorbitantes que tan
odiosos los han hecho, desaparecieron para siempre. (...)”[1933]
Para caldear todavía más el ambiente,
en junio los socialistas celebraron un mitin en San Sadurniño y ante las trabas
del alcalde quien –afirmaban- había recibido órdenes de impedirlo “porque
ibamos a hablar mal de la religión y de la exduquesa de la Conquista” anunciaban
que “en cuanto llegue la duquesa iremos a dar un mitin frente al palacio”.
En agosto de 1933, otro artículo publicado en El Obrero [Órgano de la Agrupación Socialista Ferrolana y defensor de la clase trabajadora] por ‘El hombre que ríe’ sostenía que la promesa de donación de tierras de la duquesa era un engaño.
“Aquello de que la exduquesa de
La Conquista hacía donación de las tierras a sus colonos, resultó lo que yo
decía: que era un ‘camelo’. Que la señora no podía disponer de sus tierras, y
que ella se curaba en salud. Si hubiese tenido intención de donarles a los
colonos sus tierras, debió hacerles la escritura de entrega ante notario. (...)
¿Quiere hacer la exduquesa, de verdad, un acto de justicia, devolviendo las
tierras a los colonos que las trabajan?. Conteste concretamente, que aún es
tiempo. El Gobierno acepta. ¿No lo hace así?. Entonces es una pura filfa todo
eso del altruismo de esa señora. (...)” [1933]
Poco después, en febrero de 1934,
el mismo periódico publicaba una crítica incendiaria sobre el cura de Meirás,
Misael Prieto, firmada por Xan de Taraza, acerca de sus maniobras en las
elecciones del año anterior. Acá algunos pasajes.
“Se aproximan las elecciones del
19 [de noviembre de 1933] para diputados a Cortes y cada púlpito se convierte
en tribuna pública y cada cura en un orador político y cada fanático convertido
en heraldo que esparcía las calumnias que el cura decía a la República. Aquí,
en Meirás, una de las parroquias más afectadas por la propaganda clerical,
teneis al párroco presto a querer disponer de nuestras conciencias como si le
pertenecieran, y no solamente a esto sino que el día de las elecciones se
convierte en un matón provocador (...) Y este déspota cura de Meirás, como
todos conoceis, en su afán y empeño de tirano insultaba y provocaba
continuamente a los que ponían impedimento a sus condicionales (...) y cuando
uno de estos ciudadanos tuvo necesidad de recurrir a la iglesia para bautizar
un hijo suyo, después de celebrada la ceremonia este energúmeno tenía preparada
a la barragana y dos hermanas para apalear al honrado ciudadano, porque este
tuvo la valentía de el día de las elecciones ponerse de frente a los fariseos
(...)”
El tono despectivo del texto obligó
a la Redacción de El Obrero a matizar
el comentario y, de paso, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid,
a lanzar algunos dardos venenosos adicionales.
En mayo de 1935 fallece Misael Prieto, el cura fundador e impulsor del Sindicato de Meirás. Para unos ‘hombre social’ y ‘defensor de los pobres’; para otros, ‘sotanilla antirrepublicano’. Este era el ambiente de tensión, de críticas recíprocas y de lucha por el poder que se vivía en torno a las sindicatos agrarios y a las contiendas electorales en aquellos años.
Su sustituto en la parroquia no quedó
al margen de la polémica. Dos meses antes de la Guerra Civil, en mayo de 1936, el
nuevo cura de Meirás era reprobado desde las páginas de El Pueblo Gallego, un diario más bien centrista, por boicotear a la
prensa liberal.
Las cosas cambiaron radicalmente con la insurrección militar de julio de 1936 que abrió el camino a la Guerra Civil española. Como es bien sabido, Galicia no tardó mucho en ser controlada por el llamado ‘bando nacional’.
¿Cómo afectó este hecho a las organizaciones agrarias?. La respuesta es muy fácil: todas aquellas que habían estado vinculadas a la izquierda o a la República, todas las ‘no católicas’, quedaron borradas del mapa. No es de extrañar que la Federación Católica de Sindicatos Agrarios de Galicia colaborase activamente para abastecer de alimentos a las tropas y a las ciudades de la 'zona nacional'.
En 1942, tres años después del
fin de la guerra, es aprobada la Ley de Cooperación, que sometía a las
asociaciones agrarias a un estricto control oficial. La tradicional
denominación de Sindicato quedó suprimida por su resonancia izquierdista y fue sustituida
por la de Cooperativa del Campo.
A trancas y barrancas en los difíciles
años 1940, años de autarquía y todo tipo de carencias, siguió su curso la veterana
Cooperativa de Meirás dirigida por otro párroco, Pedro Rodríguez Cazás, hasta su
muerte en 1956. Un reportaje de 1952 hacía un encendido elogio de la
trayectoria y del panorama de las cooperativas coruñesas, un panorama dominado -como no- por las herederas del sindicalismo católico agrario y por las promovidas en el
primer franquismo.
“Hoy se reune en nuestra ciudad
[Coruña] la Asamblea general de Cooperativas de la provincia (...) entidades de
recia solera, ya que ellas son en realidad las sucesoras de las Antiguas
Federaciones Católico Agrarias. La de nuestra ciudad cuenta con 34 años de vida
[desde 1918]. (...) Entidades democráticas, nacidas de abajo arriba, han
realizado en muchas ocasiones importantes cometidos en defensa de los intereses
del labrador. Ellas organizaron la venta en común del ganado y de ciertos
productos agrícolas, y además sostuvieron modestamente el crédito agrícola de
carácter privado, regulando las ansias del usurero, y realizando compras de
tierras que parceladas entre los socios elevaron el nivel social y económico de
algunas comarcas.
Hoy constituyen la Unión
Territorial de Cooperativas del Campo 142 entidades, en una gran parte de
esfera parroquial, y cuentan con más de 31.000 asociados. Poseen, además, diez
Cajas rurales que reunen muy cerca de tres millones de pesetas en ahorros, que
se facilitan en préstamo para fines agrícolas y reproductivos a los asociados.
Muchas de estas entidades tienen locales sociales propios, maquinaria y demás.
El movimiento general de fondos es enorme. (...)” (1952)
En febrero de 1953 fallece la
duquesa. Los dirigentes agrarios coruñeses confiaban en que se cumpliese la llamativa
promesa realizada por María Quindós en 1933; en que se repitiese la venta de
tierras a bajo precio a caseros y colonos llevada a cabo en 1926. Y se
esforzaron en destacar los méritos acumulados por la Cooperativa de Meirás.
Pero al año siguiente surgió la inquietud. Un artículo de 1954 revelaba el asunto:
“En San Saturnino, en Meirás, en
el Val, etc. no existía problema social alguno. Los arrendamientos eran tan
humanos que nadie se sentía perjudicado, y lo único que sentían los colonos y
caseros –aquí distinguen entre unos y otros, según que lleven en arriendo sólo
tierras, o tierras con casa- era no disponer de fondos para adquirir una
propiedad que tanto anhelan. Pero murió la duquesa, aparecieron nuevos
propietarios o herederos, albaceas y los siempre tristemente famosos
intermediarios. Y entonces surgió el problema social, porque esas tierras que
valen unos seis millones se van a transformar en manos de los anhelantes
compradores, nada más o nada menos, que en unos sesenta millones. (...) La
Organización Sindical puede alcanzar un resonante triunfo si evita este
despojo, enraizando en la tierra a cerca de doscientas familias, que de otro
modo pasarían a la indigencia, (...)” (1954)
Aquí el texto completo del
artículo.
¿Qué sucedió con la herencia de la duquesa?. Pues, por desgracia, no lo sé. Ignoro si los cultivadores acabaron haciéndose propietarios, si los herederos mantuvieron esos benignos arriendos citados en el artículo, o si los intermediarios ‘hicieron su agosto’.
Desaparecidos tanto la duquesa
como el cura, sólo nos queda seguir la trayectoria del Sindicato de Meirás,
ahora con el nombre de Cooperativa. Según nos informa en su web, desde finales
de los años 1950 invirtió en la mejora de las explotaciones, en la adquisición
de maquinaria, en la ampliación de sus almacenes. También participó en la
fundación de Leyma, central lechera que inauguró su fábrica coruñesa en
1962. Mantuvo, al mismo tiempo, su condición de Caja Rural de Ahorros.
La nómina de cooperativas fue
aumentando en la comarca. La que más páginas acaparó en la prensa fue la de Castro –en el concejo de Narón-, fundada en
torno a 1960. Su ascenso meteórico y sus ambiciosas iniciativas causaron
admiración. Acá tenemos varias noticias sobre la misma.
En 1961 la Cooperativa de Castro lanzó una campaña para
erradicar el toxo de los montes,
considerado una antigualla improductiva.
Participó, asimismo, al igual que otras cooperativas, en la fundación de la Central Lechera Leyma, y de ahí que 50 cooperativistas se desplazasen a Cantabria a comprar vacas lecheras de raza holandesa.
Su ‘extraordinaria labor’ y su empeño en ‘mecanizar el agro gallego’ sorprendían y admiraban a vecinos y observadores, tal como podemos comprobar en la crónica de abajo, fechada en 1962. La Cooperativa de Castro poseía ya 40 tractores y era “con su flota tractorista (...) la más importante cooperativa de España en el aspecto de la mecanización." Según parece, los paisanos alucinaban ante el maravilloso espectáculo: “¡Son los tractores de Castro!”.
Pero la Cooperativa de Castro resultó
ser un castillo de arena. Tras un ascenso fulgurante llegó una estrepitosa
caída. Y todo, según parece, por una gestión megalómana sin sostén financiero,
tirando del crédito oficial, y sin control de cuentas. Muy típico de la época.
“Una cooperativa regional, la de
Castro Narón, próxima a Ferrol del Caudillo, que tenía amplias ramificaciones
en La Capela, provincia de Coruña, y en Muras, Pastoriza y Ribadeo, en la de
Lugo, ha concluido con un estrepitoso fracaso (...) disponía de 47 tractores,
28 depósitos esparcidos por gran parte de la región encargados de regular los
precios, camiones para recogida de leche, fábrica de piensos, varios edificios
sociales y no pocos bienes muebles e inmuebles. Una gran parte –tractores y
ómnibus, depósitos, etc- ha sido embargada, y una deuda (...) que se asegura
que es superior a los 20 millones de pesetas –quizás, incluso, más de 25- pesa
sobre esta organización que llegó a alcanzar un extraordinario prestigio y que
enseñó a los labradores de amplias zonas a trabajar el campo mecánicamente y a
utilizar debidamente los piensos, amén de construir alguna carretera e iluminar
aldeas.
Razones del «Crac»
Una cosa parece clara: si hubiera
existido perfección en la organización, el «crac» económico no hubiera llegado
a producirse. Según el presidente –contra el cual se decretó el cese desde
Madrid- eran más de 5.000 socios los existentes. A estos había solicitado
aportaciones que oscilaban entre cinco y diez mil pesetas. Calculaba el
presidente que las aportarían, con lo que se podrían obtener hasta 50 millones
de pesetas, con lo que se haría frente al pago de un crédito de 10 millones que
había sido concedido por el Banco de Crédito Agrícola a finales de 1961, y de
otro de 3.870.000 que no llegó a manos de los solicitantes porque se destinó al
pago de las deudas más urgentes.
Pero las aportaciones no se
hicieron; en todo caso, parece que sólo 50 contribuyeron. Las cuotas de los socios
tampoco se cobraron con puntualidad. Por otra parte, los afectados dicen que el
número de socios no alcanzó nunca los 5.000; que incluso era difícil que,
realmente, pasaran de los 1.000. (...)
[Los socios] temen ahora que para
responder de sus deudas hayan de hacerlo con sus bienes privados. Hay lógica
confusión. [Pero] siguen creyendo en los beneficios del cooperativismo, y si se
duelen ahora, especialmente se debe, entre otras cosas, a que acostumbrados a
una vida más llevadera gracias a la mecanización y a unos precios regulados por
los depósitos, se ven, de repente, empujados a seguir la existencia que tenían
con anterioridad a que el sistema cooperativista les descubriera que la vida en
el campo puede ser más cómoda asociándose y consiguiendo créditos, piensos,
maquinaria, locales de reunión, etc. Por todo esto, los afectados desean una
nueva Cooperativa, que no se parezca en su organización a la que ahora está en
crisis.”
Otras cooperativas no pasaron
tantos apuros, bien porque tuvieron una mejor gestión, o bien porque su
condición de Cajas Rurales les aseguraba una financiación menos arriesgada. Fue
el caso de la de Meirás o de la Cooperativa de Vilaboa –también emplazada en
Valdoviño-, fundada en 1945. Acá tenemos dos imágenes de sus cartillas de
ahorro. El lema refleja muy bien su carácter católico: “Unos por otros, y Dios
por todos”.
Un acontecimiento relevante en su
trayectoria tuvo lugar en 1973, cuando la Cooperativa de Meirás lideró la creación
de una unión de cooperativas bautizada como Copagro –Cooperativa Agropecuaria
del Norte de La Coruña- en la que participaron otras de la misma comarca
–Vilaboa, Val, etc- con el objetivo de efectuar compras conjuntas de insumos y
de fabricar piensos también conjuntamente. La producción de leche era el gran
objetivo. Lejos quedaban ya los actores iniciales de nuestra historia: el cura
Misael; María Quindós, marquesa de San Saturnino; y, por supuesto, los viejos
campesinos de Meirás.
Y los tiempos fueron cambiando. España se incorporó en 1986 a la Comunidad Económica Europea –hoy Unión
Europea- y el sector lácteo entró más adelante en un evidente declive. En la comarca
ferrolana fue perdiendo peso la agricultura y las explotaciones ganaderas menguaron.
La juventud prefirió buscar trabajo en las ciudades próximas. Las viejas
generaciones se fueron jubilando.
La Cooperativa de Meirás tuvo que
adaptarse a las nuevas circunstancias. Su gerente, Vicente Dopico, declaraba en
2004 que en su zona “As cooperativas dedicadas á agricultura teñen que
desaparecer porque desaparece o agricultor”. Una declaración que se recogía en un reportaje cuyo título “Del pienso al préstamo hipotecario” resume la historia última de nuestro viejo
Sindicato, de una Cooperativa centrada en su actividad como entidad crediticia –malos tiempos
éstos- y en la prestación de servicios de supermercado a sus asociados.
Una larga y excepcional historia del
Sindicato de Meirás que pronto llegará a ser centenaria.
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