En torno a los gallegos y las vacas hay varias ideas o escenas tópicas bastante extendidas, y no negaré que tienen su fundamento. Una de ellas es la del gallego y su vaquiña a la que tanto quiere o, mejor dicho, a la que tanto quería. La otra es la escena, que trataré con más detalle, del paisano que va a vender su vaca a la feria y tiene que negociar el precio con ... el tratante de ganado.
Empecemos por aclarar las razones del primer tópico. ¿Por qué nunca se habla del gallego y su porquiño, del gallego y su ovelliña, o del gallego y su gallina?. Pues porque la vaca podía llegar a convivir con la familia campesina diez y más años, dando crías y leche, trabajando los campos y tirando del carro. Por eso se le ponía nombre, y se le tomaba aprecio por tantos servicios que prestaba. Además, eran numerosas las familias que poseían una sola vaca, o dos, lo que reforzaba el vínculo.
Algo parecido podía suceder con los bueyes, pero disponer de bueyes no estaba al alcance de tantos. O con caballos, yeguas y mulas. Los demás animales tenían una vida más corta, y en el caso de los cerdos se engordaban para el sacrificio durante, pongamos, seis meses, ¿para qué bautizarlos?.
Además del componente sentimental, del posible encariñamiento, estaba el aspecto material. Muchos campesinos tenían en la venta de vacuno una fuente importante de ingresos, y de ahí que realizasen esfuerzos que hoy nos parecerían desproporcionados por cuidar al animal, y que soportasen largas caminatas para llevarlo a la feria.
Algo parecido podía suceder con los bueyes, pero disponer de bueyes no estaba al alcance de tantos. O con caballos, yeguas y mulas. Los demás animales tenían una vida más corta, y en el caso de los cerdos se engordaban para el sacrificio durante, pongamos, seis meses, ¿para qué bautizarlos?.
Además del componente sentimental, del posible encariñamiento, estaba el aspecto material. Muchos campesinos tenían en la venta de vacuno una fuente importante de ingresos, y de ahí que realizasen esfuerzos que hoy nos parecerían desproporcionados por cuidar al animal, y que soportasen largas caminatas para llevarlo a la feria.
Y en la feria tocaba negociar con el tratante, una escena repetida millones de veces, nuestro segundo tópico. El cariño, si es que lo había, cede el paso al interés material. Dejando a un lado a los comerciantes mayoristas que remitían bueyes cebones por barco a Inglaterra –un negocio de los años 1850 a 1880- o luego por ferrocarril a Madrid, Barcelona y otras ciudades –a partir de la década de 1880-, el primer escalón del comercio de vacuno lo ocupaban los tratantes, que eran quienes acudían a las ferias o a las propias casas de los labradores y entraban en contacto directo con ellos.
Yo, criado en puerto de mar, sabía como se vende el pescado en la lonja. Una subasta a la baja que se detiene cuando el comprador acepta el precio. Pero sin experiencia en la compraventa de vacas, me preguntaba: ¿qué conversación se desarrolla entre el dueño del animal y el tratante?. Mi única referencia era un dicho gallego que resume tal tipo de negociación: “Amiguiños sí, pero a vaquiña polo que vale” [Amiguitos sí, pero la vaquita por lo que vale]. En la frase el vendedor recuerda al comprador que por muy buena relación que puedan mantener quiere un precio justo para su vaca.
Bueno, pues aquí tenemos una versión detallada de la conversación. El texto forma parte de una obra titulada A Feira do Carballiño publicada por Xosé Fariña Jamardo en 1981, en la que nos narra muchas historias relacionadas con la famosa feria. Pude apreciar que tienen una base muy real, que el autor sabía muy bien de lo que hablaba, y que se corresponden al período 1940-60, a la larga postguerra. Como está en gallego y su vocabulario es algo complicado, lo he traducido al castellano manteniendo algunos giros del idioma original.
Los que negocian son una labradora ya mayor, acompañada por su hijo, y un tratante de Garabás, un pueblo al norte de Ourense, a medio camino entre el Ribeiro vitícola y las comarcas ganaderas circundantes, cuyos vecinos se especializaron en el trato de ganado vacuno. De esta especialización hablaré más abajo.
Aclaro algunas palabras: marela, como queda dicho, es el nombre genérico para la vaca rubia; los de la blusa negra son los tratantes de Garabás, por su atuendo característico; y jaramago –en el texto original saramago, como el escritor portugués- es una planta no deseada, que invadía los cultivos.
¿Quién ganará la partida?.
Combate nulo pero interesante, en mi opinión. Me gusta sobre todo el primer asalto, cuando las partes lanzan golpes del estilo de “no digo que no”, “todo puede ser”, “si se puede saber”, “como saber se puede saber todo”, “se puede pero no es lo correcto”, “como poder, se puede”. En el segundo asalto la cosa se acelera, y el tratante suelta un carajo tras un golpe a la mandíbula de 40.000 reales (10.000 pesetas).
El de Garabás, todo un profesional, reacciona a la defensiva, despliega sus artes de seducción, examina en detalle al contrincante buscando sus puntos débiles, trata de desconcertarlo con movimientos de cintura, y al final, tras cabrear a la labradora y a su hijo, lanza un contraataque de 32.000 reales. Último asalto: nadie cede y... empate.
El de Garabás, todo un profesional, reacciona a la defensiva, despliega sus artes de seducción, examina en detalle al contrincante buscando sus puntos débiles, trata de desconcertarlo con movimientos de cintura, y al final, tras cabrear a la labradora y a su hijo, lanza un contraataque de 32.000 reales. Último asalto: nadie cede y... empate.
Después de asistir a este sencillo caso práctico de lo que en economía se llama ‘costes de transacción’, un concepto de gran relevancia [Google ofrece 4,9 millones de entradas cuando buscamos “transaction costs”], toca por fin aclarar el pequeño misterio de por qué un buen número de vecinos de Garabás ejercía de tratantes de ganado.
Digo pequeño misterio porque nada tiene de extraño que donde abunda la arcilla surjan alfareros y donde hay mucho viñedo surjan fabricantes de aguardiente. Pero aquí estamos ante una especialización que no se basa en los recursos naturales, y que era semejante a la que existía en otras localidades próximas a Garabás: Cea estaba especializada en el pan de trigo, Arcos en la elaboración de pulpo, Dacón en el comercio de jamones y Nogueira de Ramuín en el afilado de cuchillos y el arreglo de paraguas.
Todos coinciden en ser oficios ambulantes, que se ejercían por las ferias o por el mundo adelante. Y todos en torno a la comarca de O Carballiño, cuya ubicación puede verse en el siguiente mapa.
Digo pequeño misterio porque nada tiene de extraño que donde abunda la arcilla surjan alfareros y donde hay mucho viñedo surjan fabricantes de aguardiente. Pero aquí estamos ante una especialización que no se basa en los recursos naturales, y que era semejante a la que existía en otras localidades próximas a Garabás: Cea estaba especializada en el pan de trigo, Arcos en la elaboración de pulpo, Dacón en el comercio de jamones y Nogueira de Ramuín en el afilado de cuchillos y el arreglo de paraguas.
Todos coinciden en ser oficios ambulantes, que se ejercían por las ferias o por el mundo adelante. Y todos en torno a la comarca de O Carballiño, cuya ubicación puede verse en el siguiente mapa.
¿Son especializaciones muy antiguas?. Casi todas. Acudamos al Catastro de Ensenada, de mediados del siglo XVIII. Ya existían entonces las panaderas de Cea y las pulpeiras de Arcos. En Dacón destacaban los comerciantes de géneros alimenticios, aceite sobre todo, aunque no se hacía mención expresa de los jamones. Y los de Nogueira tampoco estaban por entonces de afiladores y paragüeros, pero el Catastro sí listaba a 18 vecinos que ejercían de sogueros-cordeleros y a otros 30 que eran tenderos de mercería que vendían por los pueblos agujas, tijeras, cintas, etc. Un claro precedente de su posterior ocupación.
¿Qué pasaba en Garabás?. Según el Catastro, contaba con 165 vecinos cabezas de familia, y de ellos nada menos que 74 ejercían oficios, aunque además solían tener labranza. Junto a los habituales carpinteros y sastres, a cuatro vecinos se les atribuye el oficio de comerciantes de ganado y a diez el de tratantes de madera.
Sin embargo, atención, son 34 vecinos los relacionados con la elaboración de cueros y productos de cuero. Por sus utilidades –denominación que se usa en el Catastro para designar los ingresos- están en cabeza los 18 zapateros (6.600 reales en total) y en segundo lugar los tres ‘Curtidores de cueros para loros, sogas y gargantillas de Ganado Bacuno’ (3.564 reales).
Sin embargo, atención, son 34 vecinos los relacionados con la elaboración de cueros y productos de cuero. Por sus utilidades –denominación que se usa en el Catastro para designar los ingresos- están en cabeza los 18 zapateros (6.600 reales en total) y en segundo lugar los tres ‘Curtidores de cueros para loros, sogas y gargantillas de Ganado Bacuno’ (3.564 reales).
Encabezamiento lista de curtidores (1752) |
Había además nueve ‘curtidores de baqueta’ y cuatro ‘maestros de monterías’ que fabricaban productos destinados a las monturas del ganado equino y mular. En definitiva, era un número reducido el de tratantes de ganado ‘puros’ pero existía un negocio considerable, dado el tamaño del pueblo, de elaboración de productos de cuero para el ganado mayor. Y ello, a su vez, exigía abastecerse de pieles vacunas y andar por las ferias y por las aldeas para comprarlas. Aquí me parece que está la clave.
Los de Garabás tenían una arraigada tradición en comprar ganados y pieles, y en vender loros, sogas, gargantillas o monturas para el ganado vacuno o equino. Con estos antecedentes, no es extraño que a partir de los años 1880, en que aumentan las salidas de vacuno gallego por ferrocarril hacia el interior de la península, aprovechasen su experiencia como tratantes no ya para conseguir pieles, sino para un negocio de mucho mayor volumen: adquirir bueyes y terneros con destino a los mataderos de Barcelona, Madrid o Zaragoza, con destino a una población urbana en expansión que demandaba cada vez más carne. Aunque también pudieron haber participado en el suministro de bueyes a los mayoristas que, desde Vigo o Vilagarcía, se encargaban de exportarlos a Inglaterra y Portugal, un tráfico que adquirió impulso a partir de 1860, aproximadamente.
Para que el lector se haga una idea, a principios del siglo XX salían de Galicia anualmente por tren, y ya mucho menos por barco, entre 100.000 y 150.000 cabezas de vacuno, y rondaron las 200.000 cabezas en los años 1920 y 1930. El ganado se enviaba en vivo puesto que todavía no existían mataderos industriales en Galicia por aquellos años. El de O Porriño tuvo corta vida.
Para que el lector se haga una idea, a principios del siglo XX salían de Galicia anualmente por tren, y ya mucho menos por barco, entre 100.000 y 150.000 cabezas de vacuno, y rondaron las 200.000 cabezas en los años 1920 y 1930. El ganado se enviaba en vivo puesto que todavía no existían mataderos industriales en Galicia por aquellos años. El de O Porriño tuvo corta vida.
Debió de ser, por consiguiente, desde los años 1870 o 1880 cuando los de la blusa negra, los tratantes de Garabás, adquirieron más presencia en las ferias. Otro dicho popular se encargó de reflejar esta actividad: ‘Nos tratos cos de Garabás, mira o que fas’ [En los tratos con los de Garabás, mira lo que haces], una alusión a los trucos que empleaba el tratante para conseguir mejores precios. Queda claro que los vendedores de nuestra crónica de la feria de O Carballiño conocían el refrán.
Por cierto, el oficio de fabricar sogas y otros elementos de cuero para el manejo del ganado y las labores agrícolas se mantuvo hasta muy tarde en Maside -el concejo al que pertenece Garabás-, pero ya ha desaparecido. En un reportaje de Xosé Ricardo Rodríguez Pérez realizado en 1997, se entrevistaba al último talabartero de la zona, Camilo Fernández.
“Camilo hace hincapié en que la piel o cuero curtido era de vaca, más gruesa y por ende de más consistencia. La de becerros se emplea solo para el calzado. (...). Tenía confeccionados otros elementos: cuatro tipos de pexas que según las medidas eran para caballos, burros, ovejas y cabras, con las que amarraban las patas de estos animales. También varios tipos de sogas, la mayor de 2’5 metros; loros o timoeiros que se usan para sujetar el arado y el carro al yugo o canga, (...)”.
En la foto siguiente puede verse el repertorio de útiles de cuero que elaboraban los de Garabás y otras parroquias del contorno; está tomada del libro Ourense etnográfico, publicado en 1998 por la Diputación de Ourense.
Y ya por último, el texto original del trato.